CAPÍTULO II La vida carnal procede no sólo de los vicios del cuerpo, sino también de los del alma

La Ciudad de Dios



1. Ante todo, ha de esclarecerse qué significa vivir según la carne y qué según el espíritu. Quien mira superficialmente lo que acabamos de decir, o sin recordar el lenguaje de las santas Escrituras, o prestándole menos atención, puede pensar que los filósofos epicúreos viven según la carne al poner el supremo bien del hombre en el placer del cuerpo; y lo mismo los demás filósofos que hayan tenido de algún modo el bien del cuerpo como el bien supremo del hombre; igualmente toda la turbamulta de los que sin creencia alguna siguen esa filosofía, y siendo proclives a la pasión carnal, no conocen otro placer que el percibido por los sentidos corporales.

En cambio, ése mismo pensará que viven según el espíritu los estoicos, que colocan el supremo bien del hombre en el espíritu, ya que no es otra cosa el alma del hombre sino espíritu.

Pero, según habla la Escritura, todos ellos manifiestamente viven según la carne.
Llama carne no sólo al cuerpo del ser vivo terreno y mortal, como cuando dice: Todas las carnes no son lo mismo; una cosa es la carne del hombre, otra la del ganado, otra la de las aves y otra la de los peces1. Usa también de esta palabra en otros muchos sentidos, entre los cuales llama carne con frecuencia al mismo hombre; esto es, la naturaleza del hombre, tomando la parte por el todo, como cuando dice: Ninguna carne será justificada por las obras de la ley2.

¿Qué quiso se entendiera, sino todo hombre? Lo dice luego un poco más claro: Por la ley nadie se rehabilita ante Dios3. Y en la misma Carta a los Gálatas: Sabiendo que ningún hombre es rehabilitado por observar la ley4.

Así se entiende también: El Verbo se hizo carne5; esto es, hombre. Lo cual interpretaron mal algunos y pensaron que a Cristo le faltó el alma humana.
Como también se toma el todo por la parte cuando en el Evangelio se leen las palabras de María Magdalena al decir: Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto6; donde en realidad habla de sola la carne de Cristo, que pensaba habían llevado del monumento, donde fue sepultada. Así, el todo es tomado por la parte, y al nombrar la carne se entiende el hombre, como lo atestiguan los pasajes citados.

2. Por consiguiente, ya que la divina Escritura nombra la carne de muchas maneras, que es difícil escudriñar y reunir, para poder investigar qué es vivir según la carne (lo que ciertamente es malo, sin ser mala la carne por naturaleza) tratemos de penetrar con diligencia el pasaje de la carta de San Pablo a los Gálatas, donde dice: Las acciones que proceden de la carne son conocidas: lujuria, inmoralidad, libertinaje, idolatría, magia, enemistades, discordia, rivalidad, arrebatos de ira, egoísmos, partidismos, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que se dan a eso no heredarán el reino de Dios7.

Todo este pasaje de la carta apostólica, considerado en lo que se refiere a la cuestión presente, podrá resolvernos qué se entiende por vivir según la carne.

 Pues entre las obras de la carne, que dijo eran manifiestas y mencionó condenándolas, no encontramos solamente las que pertenecen al placer de la carne, como las fornicaciones, inmundicias, lujuria, borracheras, comilonas, sino también aquellas otras que denuncian los vicios del alma ajenos al placer de la carne.

¿Quién no ve que se aplica más bien al espíritu que a la carne el culto de los ídolos, las disensiones, herejías, envidias? Puede uno, en realidad, abstenerse de los placeres de la carne por la idolatría o algún error herético; y aún entonces el hombre, aunque al parecer domina y reprime los placeres de la carne, queda convicto por la autoridad apostólica de vivir según la carne; y en ese mismo abstenerse de sus placeres, queda también convicto de llevar a cabo las obras condenables de la carne.

¿Quién no tiene enemistades en su espíritu? O ¿quién hablando a un enemigo real o supuesto le dice: «Tienes mala carne contra mí», y no mejor: «Tienes mal ánimo contra mí»? Finalmente, lo mismo que si alguien oye hablar, por así decirlo, de carnalidades, no duda en atribuírselas a la carne; así tampoco duda nadie en atribuir las animosidades al espíritu.

¿Por qué entonces el Doctor de los gentiles, guiado por la fe y por la verdad, llama obras de la carne a todas éstas y a otras semejantes, sino porque en ese estilo, en que el todo queda significado por la parte, quiere significar al mismo hombre con el nombre de carne?