Cap. 5 Par 1-Necesidad que tenemos de la intercesión de María para salvarnos

CAPÍTULO 5
A TI SUSPIRAMOS, GIMIENDO Y LLORANDO EN ESTE VALLE DE LÁGRIMAS

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Párrafo 1
Necesidad que tenemos de la intercesión de María para salvarnos

El invocar y rezar a los santos, y especialmente a la reina de todos los santos, María santísima, a fin de obtener la gracia de Dios es no sólo lícito, sino útil y santo, y es verdad de fe definida por los Concilios contra los herejes que la condenan como cosa injuriosa para Jesucristo que es nuestro único mediador. Pero si un Jeremías ruega después de su muerte por Jerusalén (2M 15,14); si los ancianos del Apocalipsis presentan a Dios las oraciones de los santos; si san Pedro promete a sus discípulos acordarse de ellos después de su muerte; si san Esteban ruega por sus perseguidores; si san Pablo ruega por sus compañeros; si, en suma, pueden los santos rogar por nosotros, ¿por qué no vamos a poder nosotros implorar a los santos para que intercedan en nuestro favor?

Que Jesucristo sea nuestro único mediador con toda justicia porque con sus méritos nos ha obtenido la reconciliación con Dios, ¿quién lo niega? Mas, por otra parte, es una impiedad negar que Dios se complace en conceder las gracias por la intercesión de los santos y especialmente de María, su Madre santísima, que Jesús tanto desea verla amada y honrada por nosotros. Es sabido que el honor otorgado a la madre redunda en honor del hijo. "Gloria de los hijos son sus padres" (Pr 17,6). Por eso dice san Bernardo: "No hay duda de que todo lo que cede en honra de la madre, al hijo pertenece".

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No oscurece la gloria del hijo el que alaba a la madre, porque cuanto más se alaba a la madre, más se honra al hijo. Y san Ildefonso dice que todo el honor que se rinde a la reina madre se tributa al hijo rey. Nadie duda de que por los méritos de Jesucristo se ha concedido a María toda la autoridad para ser la mediadora de nuestra salvación; no es nuestra Señora mediadora por estricta justicia, sino por gracia de Dios, intercediendo, como lo dice san Buenaventura: "María es la fidelísima intercesora de nuestra salvación". Y san Lorenzo Justiniano: "¿Cómo no va a estar llena de gracia la que es escala del paraíso, puerta del cielo y con toda verdad mediadora entre Dios y los hombres?"

Por eso nos advierte muy bien san Anselmo que cuando rezamos a la santísima Virgen para obtener las gracias no es que desconfiemos de la divina misericordia, sino que, ante todo, desconfiamos de nuestra propia indignidad, y nos encomendemos a María para que con su dignidad supla nuestra miseria.

Que recurrir a María sea cosa utilísima y santa no pueden dudarlo sino los que no tienen fe. Pero lo que quiero probar es que la intercesión de María es necesaria para nuestra salvación; necesaria, no absolutamente, sino moralmente, para hablar con propiedad. Y digo yo que esta necesidad brota de la misma voluntad de Dios, que quiere que todas las gracias que nos dispensa pasen por las manos de María, como lo dice san Bernardo y es sentencia común entre teólogos y doctores, como lo dice el autor de El reino de María.

Esta sentencia la sostienen Vega, Mendoza Paciuchelli, Séñeri, Poiré, Crasset e innumerables autores. El P. Natal Alejandro, autor por cierto muy mirado en las proposiciones que sostiene, dice ser voluntad de Dios que todas las gracias las debemos esperar por medio de María. "El cual -son sus palabras- quiere que todos los bienes los esperemos de él, pero pidiendo la poderosísima intercesión de la Virgen madre cuando la invocamos como se debe". Y cita para confirmarlo el célebre dicho de san Bernardo: "Esta es su voluntad, que todo lo obtengamos por María". Lo mismo siente el P. Contenson, quien explicando las palabras de Jesús en la cruz a san Juan: "He aquí a tu Madre", añade: "Como si dijera: nadie participará de mi sangre si no es por la intercesión de mi Madre. Las llagas son fuentes de gracias, pero a nadie llegarán sus raudales sino encauzados por María. Juan, discípulo mío, tanto más serás amado por mí cuanto más la ames".

Esta proposición de que cuantos bienes nos llegan del Señor nos llegan por medio de María no agrada a cierto autor, el cual, por lo demás, aunque habla con no poca piedad y doctrina de la verdadera y falsa devoción, sin embargo, al hablar de la devoción hacia la Madre de Dios se muestra muy tacaño en reconocerle esta gloria, que no han tenido inconveniente en proclamar san Germán, san Juan Damasceno, san Anselmo, san Buenaventura, san Antonino, san Bernardino de Siena, el venerable abad de Celles y tantos otros doctores que no han tenido dificultad en afirmar que, por lo dicho, la intercesión de María no es sólo útil, sino necesaria.

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 Dice el mencionado autor que semejante proposición de que Dios no concede ninguna gracia sino por medio de María es una hipérbole salida de la boca de algunos santos por un fervor exagerado, los cuales, hablando con propiedad, sólo querían decir que habiendo recibido por María a Jesucristo, por sus méritos recibimos todas las gracias. De otro modo, dice, sería un error creer que Dios no puede conceder las gracias sin la intercesión de María, ya que el Apóstol dice que no tenemos más que un solo Dios y un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo (1Tm 2,3). Hasta aquí lo que dice ese autor.

Pero, con su permiso, le responderé con la misma doctrina que enseña en su libro: que una es la mediación por estricta justicia y otra la mediación de gracia por vía de intercesión. Es muy distinto decir que Dios no pueda, a decir que Dios no quiera conceder las gracias sin la intercesión de María. Con mucho gusto confieso que Dios es el manantial de todo bien y Señor absoluto de todas las gracias, y que María es una criatura que todo lo que tiene lo ha recibido por gracia de Dios. Pero ¿quién puede negar que es sumamente razonable y conveniente afirmar que Dios, para exaltar a esta maravillosa criatura que lo ha honrado y amado más que todas las demás juntas, y que el Señor, habiendo elegido a María por Madre de su Hijo y redentor de todos, quiere que todas las gracias que se han de conceder a los redimidos pasen y se distribuyan por las manos de María? Confieso que Jesucristo es el único mediador de justicia con todo derecho, que con sus méritos nos mereció la gracia y la salvación; pero afirmo que María es mediadora por gracia y que si todo lo que obtiene es por los méritos de Jesucristo, porque lo pide en nombre de él, es que las gracias que obtenemos todas las conseguimos por su intercesión.

Nada hay en esto que sea opuesto a los dogmas sagrados, sino que, por el contrario, todo ello es conforme al sentir de la Iglesia, que en las oraciones que ella aprueba nos enseña a recurrir constantemente a esta Madre de Dios y a llamarla: Salud de los enfermos, refugio de pecadores, auxilio de los cristianos, vida y esperanza nuestra. La misma santa Iglesia en el Oficio de las festividades de María, aplicándole palabras del libro de la Sagrada Escritura, nos da a entender que por ella nos colma Dios de esperanza: "En mí está toda esperanza de vida y de virtud" (Ecclo 24,25). Por María encontraremos la vida y la salvación eterna: "El que me encuentre, encontrará la vida y alcanzará del Señor la salvación" (Pr 8,35). Y en otro lugar: "Los que se guían por mí, no pecarán; los que me esclarecen, tendrán la vida eterna" (Ecclo 24,30-31); cosas todas que expresan la necesidad que tenemos de la intercesión de María.

Este es el sentir en que se afirman tantos santos padres y teólogos, de los cuales no es justo decir, como lo hace el autor nombrado, que para exaltar a María han usado de hipérbole, o sea, exageraciones excesivas. Exagerar y proferir hipérboles es exceder los límites de la verdad, lo cual no se puede decir de los santos, que, por serlo, han hablado guiados por el Espíritu de Dios que es Espíritu de la Verdad.


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Y séame permitido hacer una breve disgresión para expresar mi propio sentir: cuando una sentencia es de alguna manera honrosa para la Virgen santísima, tiene algún fundamento y no es contraria ni a la fe ni a los decretos de la Iglesia ni a la verdad, no mantenerla o contradecirla porque la sentencia contraria también puede ser verdadera, denota poca devoción a la Madre de Dios. No quiero yo pertenecer al número de estos devotos tibios, ni querría que de ellos fueran mis lectores. Seamos más bien del número de los que creen plenamente y con toda firmeza todo lo que redunda en gloria de María, porque como dice el abad Ruperto, entre los obsequios más grandes que podemos hacer a esta Madre está el de creer firmemente sus grandezas. Y aunque no hubiera habido otra razón, basta para quitar el temor de excederse en las alabanzas de María lo que dice san Agustín, que por mucho que alabemos a María todo será poco para lo que ella se merece debido a su dignidad de Madre de Dios. Añádase la autoridad de la santa Iglesia que nos hace rezar en la misa de la Virgen: "Feliz eres, sagrada Virgen María, y dignísima de toda alabanza".

Pero volvamos a nuestro propósito y veamos lo que dicen los santos de nuestra sentencia. San Bernardo afirma que Dios ha colmado a María con todas las gracias para que los hombres, por medio de María, como por un canal reciban todos los bienes. Y el santo hace la reflexión de que en el mundo, antes de que naciera la santísima Virgen, no había para todos los hombres esta corriente de gracia porque no existía este anhelado acueducto. Pero que para esto ha sido dada María al mundo, para que por este canal llegasen de continuo las gracias a nosotros.

Como Olofernes, para rendir la ciudad de Betulia, ordenó cortar el acueducto, así el demonio procura como puede hacer que el alma pierda la devoción a la Madre de Dios, porque una vez cegado este canal de la gracia, más fácilmente la conquistará. "Considera -dice san Bernardo- con qué afecto y devoción quiere el Señor que recurramos siempre a esta nuestra reina María con plena confianza en su protección, porque en ella ha colocado la plenitud de todo bien a fin de que en ella y por ella tengamos plena confianza y reconozcamos que todos los bienes de Dios nos vienen por mano de María". Lo mismo dice san Antonino: "Por ella viene del cielo cuanto de gracia llega al mundo". Todas las misericordias que se dispensa a los hombres, todas vienen por mano de María.

Por eso es llamada luna; porque, como dice san Buenaventura, "como la luna está intermedia entre la tierra y los cuerpos celestes, y lo que de ellos recibe lo difunde a la tierra, así la Virgen es reina colocada entre Dios y nosotros, y ella nos difunde la gracia". Como la luna está entre la tierra y el sol, y todo lo que de él recibe ella lo refleja en la tierra, así María recibe los influjos celestiales de la gracia del sol divino para transmitirlos a los que vivimos en la tierra.

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Por eso también es llamada por la Iglesia puerta del cielo: "¡Feliz puerta del cielo!", porque, como reflexiona el mismo san Bernardo, "así como todo rescripto de gracia mandado por el rey pasa por la puerta de su palacio, así ninguna gracia llega del cielo a la tierra si no pasa por las manos de María". Dice además san Buenaventura que María se llama puerta del cielo porque ninguno puede entrar en el cielo si no pasa por María que es como la puerta.

En igual sentido se afirma san Jerónimo o, como dicen otros, un antiguo escritor, autor del sermón sobre la Asunción, y que anda entre las obras de san Jerónimo. Dice que en Jesucristo está la plenitud de la gracia como en la cabeza, desde la cual luego se difunde hacia los miembros, que somos nosotros, todas las sustancias vitales, es decir, las ayudas divinas para conseguir la eterna salvación. Y en María está la misma plenitud como en el cuello por el que esas sustancias vitales pasan a los miembros. "En Cristo está la plenitud de la gracia como en la cabeza que influye; en María, como en el cuello que trasfunde". Lo mismo viene confirmado por san Bernardino de Siena, quien más claramente explicó este pensamiento diciendo que por medio de María se transmiten a los fieles, que son el cuerpo místico de Jesucristo, todas las gracias de la vida espiritual que descienden a ella de Cristo nuestra cabeza.

San Buenaventura asigna la razón de esto al decir: "Desde que estuvo en el seno de la Virgen toda la naturaleza divina, me atrevo a decir que esta Virgen adquirió como cierta jurisdicción en la efusión de todas las gracias, habiendo emanado de su seno, como de un océano de la divinidad, los ríos de todas las gracias". Lo mismo, con palabras más claras, viene a decir san Bernardino de Siena: "Desde el momento en que la Virgen Madre concibió en su seno al Verbo de Dios, adquirió, por así decirlo, cierta jurisdicción sobre todos los dones del Espíritu Santo, de manera que ninguna criatura ha obtenido ni obtendrá ninguna gracia de Dios, sino conforme a la piadosa distribución que haga tal Madre".

Ricardo de San Víctor dice de modo semejante que cuando Dios quiere favorecer a alguna de sus criaturas, quiere que todo pase por las manos de María. Por lo cual el venerable abad de Celles exhorta a cada uno a recurrir a esta tesorera de todas las gracias como él la llama, porque sólo por su medio el mundo y los hombres han de recibir todo el bien que pueden esperar.

Por lo que se ve claramente que esos santos y escritores, al decir que todas las gracias nos vienen por medio de María, no han tenido intención de decir solamente que esto sucede porque de María hemos recibido a Jesucristo, que es la fuente de todo bien, como dice el autor antes nombrado, sino que también aseguran que Dios, después de habernos dado a Jesucristo, quiere que de ahí en adelante se dispensen, se han dispensado y se dispensarán a los hombres hasta el fin de los tiempos; todas absolutamente se dispensarán por las manos y por la intercesión de María.

Así que, concluye Suárez, es el sentir universal de la Iglesia que la intercesión de María sea no solamente útil para nosotros, sino del todo necesaria. Necesaria, no de necesidad absoluta, porque sólo la mediación de Jesucristo es absolutamente necesaria, pero sí por necesidad moral, porque siente la Iglesia, como dice san Bernardo, que Dios ha determinado que toda gracia se nos otorgue por manos de María: "No quiso Dios que tengamos nada que no pase por las manos de María". Y antes que san Bernardo ya lo afirmó san Ildefonso diciéndole a la Virgen: "Oh María, el Señor ha decretado encomendar a tus manos todos los bienes que ha dispuesto otorgar a los hombres, y por eso a ti te ha confiado todos los tesoros y riquezas de la gracia". Por lo mismo san Pedro Damiano dice que Dios no quiso hacerse hombre sin el consentimiento de María; lo primero, para que todos le quedáramos sumamente agradecidos; lo segundo, para que comprendamos que al querer de esta Virgen se ha confiado la salvación de todos.


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San Buenaventura, considerando las palabras de Isaías: "Saldrá una vara del tronco de Jesé y de su raíz brotará una flor. Reposará sobre él el espíritu del Señor" (Is 11,1-2). Dice estas hermosas palabras: "El que desea conseguir la gracia del Espíritu Santo, busque la flor en la vara. Por la vara, a la flor, y por la flor llegue a Dios". El que desea adquirir la gracia del Espíritu Santo, que busque la flor en la vara, es decir, a Jesús en María, ya que por la vara llegamos a la flor y por la flor encontramos a Dios. Y añade más adelante: "Si quieres conseguir esa flor, inclina con las plegarias la rama que sostiene la flor". Inclina a tu favor con la oración el tallo en que se encuentra la flor y la obtendrás. En el sermón de la Epifanía, dice el seráfico doctor comentando las palabras: "Encontraron al Niño con su Madre" (Mt 2,11): "Jamás se encontrará a Jesús sino con María y por medio de María. En vano lo busca quien no lo busca junto a María". Decía san Ildefonso: "Yo quiero ser siervo del Hijo, y como no será siervo del Hijo quien no lo sea de la Madre, por eso ambiciono ser siervo de María".