La libertad sin la verdad no es libertad
Por: Antoni Carol y Enric Cases | Fuente: M&M Euroeditors
Visto desde otra perspectiva, resulta que "jugar" comporta un compromiso. Eso ya es del todo evidente si se trata de participar en cualquier competición deportiva; pero no digamos si lo que se pretende es amar, es decir, servir al bien de los demás. Curiosamente, a nuestro entorno cultural post-moderno le encanta oír hablar de amor y felicidad, pero no de compromiso, como si fuera posible jugar una competición en un equipo sin comprometerse a nada (respetar un reglamento, vestir una camiseta con determinados colores, seguir las instrucciones de un entrenador, etc.).
De hecho -como hizo notar Viktor Frankl- existe la Estatua de la Libertad, pero no la Estatua del Compromiso. Y, en el paroxismo de esta contradicción, uno incluso oye hablar del rechazo de los compromisos con el fin de proteger la libertad (se dicen cosas tan absurdas como "yo no me caso porque quiero ser libre"; "ahora no queremos tener hijos porque queremos vivir la vida con libertad", etc.).
Detrás de esta contradicción mental se esconde un concepto superficial de libertad humana, tan superficial que se le puede considerar falso: la libertad basada en la ausencia de compromiso, es decir, la ilusoria "libertad del taxi". ¿Qué pensaríamos de un taxi que se propusiera permanentemente exhibir el cartelito de libre? Pues que el fracaso está asegurado, porque mientras muestra este cartel no obtiene ningún rendimiento; y no tiene ningún rendimiento porque no presta ningún servicio; y no presta ningún servicio porque no ha querido adquirir ningún compromiso de servicio.
Éste es un tema fundamental -¡la libertad es el alma de nuestra alma!-, pero tanto o más fundamental es entenderlo adecuadamente: "La libertad sin la verdad no es libertad"8.
La libertad no es tener las manos libres para hacer aquello que a uno le "brota", sino tenerlas libres para hacerse don desinteresado de sí mismo ante los demás (cf. AG 16.I.80, 2-3). Es decir, es libre aquél que posee la "libertad del don"; aquél que -liberado de la esclavitud de toda torpeza (Cicerón) y, a la vez, poseído de aptitudes- tiene la capacidad real de darse a las otras personas.
En una memorable homilía, Juan Pablo II afirmaba que "la verdadera libertad se mide con la disposición a servir y a entregarse uno mismo" (Homilía 1.VI.97, 5). Por eso, la libertad aparece "no solamente como un don de Dios", sino que "también nos ha sido dada como una tarea" para toda la vida.
Tanto es así que "el mismo lenguaje manifiesta la relación entre la libertad y la donación. Por ejemplo, en la lengua catalana el hecho de "entregarse" se puede nombrar también con la expresión "librarse" ("lliurar-se"). Y uno sólo se puede "librar" ("lliurar") si de verdad es libre ("lliure"). Es más, uno es "libre" ("lliure") para "librarse ("lliurar-se")"9.
Otra cuestión, y bien distinta, es que también en nuestro entorno cultural se confunde el amor con el entretenimiento. Y si lo que el hombre pretende es entretenerse, entonces, ya le va bien la "libertad del taxi". Ahora bien, quien pretenda este estilo de vida que tenga en cuenta la siguiente advertencia: "La libertad existe para ser usada, no para ponerla en un cajón. La libertad, como también pasa con el dinero, está hecha para gastarla en aquello que vale la pena. De la misma manera, el taxi está libre para ser ocupado, no para "defender" su "libertad", porque, entonces, permanecería vacío y solo, y sin sentido. La libertad sin la entrega se frustra, es decir, queda condenada a la absoluta soledad, al aburrimiento y a la desesperación más radical"10. Pasemos, pues, al tema de la soledad.
Adán trabaja bien, pero padece la "soledad originaria"
El hombre está proyectado para amar, es decir, ha sido creado para vivir en comunión de personas (identificación con las personas amadas)11. Dios mismo es un Ser único (no hay otros como Él), pero no es un Ser solitario. El Creador desea que el hombre y la mujer se unan en una sola carne y vivan una misma vida: la vida de una familia, imitando así la misma vida divina. Prueba de eso es que -como ya habíamos avanzado-, cuando se disponía a crear el ser humano, Dios comienza a hablar en primera persona del plural: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza" (Gn 1, 26). Se comprende que Juan Pablo II haya escrito que "el "Nosotros" divino constituye el modelo eterno del "nosotros" humano" (CF 6).
El primer capítulo del Génesis es de un género marcadamente metafísico, en cuanto que nos transmite una idea del hombre tan profunda como es la de ser imagen de Dios. El segundo capítulo, en cambio, es más bien de cariz psicológico; la argumentación -a pesar de que apunta hacia las mismas conclusiones- es de otro estilo: es más descriptiva. En ella, Adán aparece en la creación antes que Eva e, incluso, antes que el resto de los vivientes. El lenguaje mítico que emplea "es un modo arcaico de expresar un contenido más profundo" (AG 7.XI.79, 2). En definitiva, es una bella manera de dar a entender que el hombre no soporta la soledad. Hay naciones en las que el 70% de la población vive en soledad en viviendas unipersonales. Pero, en realidad, en estas mismas naciones uno comprueba que hay el índice de suicidios más elevado. El hombre no soporta la soledad, porque no fue creado (ni pensado, ni "calculado") para la soledad, sino para la comunión amorosa. De hecho, "el hombre se convierte en imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad cuanto en el momento de la comunión" (AG 14.XI.79, 3).
El Génesis pone en boca del Creador la siguiente observación: "No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada para él" (2, 18). Entonces, "el Señor Dios formó de la tierra todos los animales del campo y todas las aves del cielo, y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba" (2,19). Desde aquel momento, el hombre -en teoría- ya no estaba solo. Más aún: ya podía ejercer un trabajo (el dominio sobre la creación) y madurar moralmente como hijo de Dios. "El hombre puso nombre a todos los ganados, a las aves del cielo y a todas las fieras del campo" (Gn 2, 20), es decir, el hombre trabaja y trabaja bien: en el lenguaje y mentalidad de los hebreos, "poner nombre" era señal de dominio. Con su cuerpo, el hombre trabaja; con su espíritu, el hombre respeta y ama a su Dios-Creador.
Con todo, en la práctica, él mismo se lamenta de su "aburrimiento". Puede trabajar con eficacia, ya que con su cuerpo domina al resto de los seres vivos, pero aquel trabajo eficaz no le hace feliz: "Pero para él no encontró una ayuda adecuada" (Gn 2, 20). Él se relaciona con los otros vivientes que tienen cuerpo, pero se da cuenta de que no son cuerpos como el suyo, ni la vida de aquellos animales es como la de él (no tienen conocimiento espiritual, no tienen conciencia, no pueden amar). En definitiva, sigue sintiendo la tristeza de la soledad, muy a pesar de conocer a Dios, muy a pesar de estar rodeado de otros cuerpos, muy a pesar de trabajar con eficacia. Se siente solo porque "no puede ponerse al nivel de ninguna otra especie de seres vivientes sobre la tierra" (AG 10.X.79, 4).
Además, su cuerpo -sexuado de arriba abajo, diseñado para el amor y para la apertura hacia las otras personas- es un cuerpo que reclama un "complemento", es decir, alguien distinto a él mismo, pero, a la vez, de la misma naturaleza. Las cosas cambiarán con el sopor (sueño) originario: por obra del Señor Dios, el hombre (que hasta ahora aparecía en Gn 2 sin referencia sexual) se "sumerge" en un sueño profundo, como queriendo significar que Dios lo prepara para un nuevo acto creador. Cuando se despierte, las cosas ya no serán de igual manera: "El círculo de la soledad del hombre-persona se rompe, porque el primer "hombre" despierta de su sueño como "varón y mujer"" (AG 7.XI.79, 3). Este hombre (ahora ya claramente como varón o como mujer), llamado a amar, llamado a ser imagen de Dios "podía formarse sólo a base de una "doble soledad" del varón y de la mujer" (AG 14.XI.79, 2)12.
Si deseas leer algunos capítulos de éste libro
INDICE
Para comprar el libro y leerlo completo
El encanto original de la mujer y la dignidad del hombre, M&M Euroeditors
8 RATZINGER, J., La fe como camino, EIUNSA, Barcelona 1997, p. 18.
9 SANTAMARÍA, M., Ecologia sexual (Saber estimar amb el cos), M&M Euroeditors, Sabadell 1998, p. 47.
10 SANTAMARÍA, M., Ecologia sexual, o.c., pp. 46-47. La traducción del catalán al castellano es nuestra.
11 Recordemos que amar es identificarse o adherirse a la persona amada, respetando su manera de ser y buscando su perfección: el amor se parece más a la fusión de dos metales dando "vida" a una nueva realidad, que a la simple yuxtaposición o mezcla de dos elementos.
12 En este comentario, Juan Pablo II juega con un segundo significado de "soledad": el hombre mismo es soledad en el sentido de que tiene interioridad (o subjetividad) y conciencia. Cada persona, precisamente por su espiritualidad-interioridad, es un universo único, original e irrepetible.