Jesús en la prisión
Prisionero Jesús mío, me despierto y no te encuentro; mi corazón late fuertemente y delira de amor. Dime, ¿dónde estás? Ángel mío, llévame a casa de Caifás. Busco por todos lados y por más que doy vueltas no te encuentro. Amor mío, date prisa, mueve con tus manos las cadenas con las que tienes atado mi corazón al tuyo para atraerme a ti y poder emprender el vuelo para ir a arrojarme a tus brazos. Herido por mi voz y queriendo mi compañía, siento que me atraes y me doy cuenta de que te han puesto en la prisión... Mi corazón, mientras por una parte exulta de alegría por haberte encontrado, por otra parte se siente herido por el dolor de ver hasta qué estado te han reducido.
Te veo con las manos atadas por atrás en una columna; los pies inmovilizados y atados; tu santísimo todo golpeado, hinchado y ensangrentado por las terribles bofetadas que has recibido; tus ojos santísimos amoratados, con la mirada cansada y apagada por la vela; tus cabellos todos desordenados; tu santísima persona toda golpeada...; y a todo esto hay que añadir que no puedes hacer nada para ayudarte y limpiarte porque estás atado. Y yo, ¡oh Jesús mío!, llorando y abrazándome a tus pies, digo: ¡Ay, a qué estado te han reducido, oh Jesús mío!
Y Jesús, mirándome, me responde: « Ven, hijo mío, y pon atención a todo lo que ves que yo hago, para que tú también lo hagas junto conmigo y así yo pueda continuar mi vida en ti ».
Y con grande asombro, me doy cuenta de que en vez de ocuparte de tus penas, con un amor indescriptible, piensas en darle gloria a tu Padre, para darle satisfacción por todo lo que nosotros estamos obligados a hacer, y llamas a todas las almas para tomar sobre ti todos sus males y darles en cambio todos tus bienes.
Y puesto que hemos llegado al alba del nuevo día, puedo oír tu dulcísima voz que dice: « Padre Santo, te doy gracias por todo lo que he sufrido y por todo lo que todavía tengo que sufrir; y como el alba que se asoma llama al día y el día hace que el sol surja en el horizonte, quiero que del mismo modo el alba de la gracia se asome en todos los corazones, para que al amanecer el día en ellos, yo, Sol Divino, pueda surgir en todos los corazones y reinar en ellos. Mira a estas almas, oh Padre; yo quiero responderte por todos, por sus pensamientos, sus palabras, sus obras y sus pasos, a costa de mi sangre y de mi muerte».
Jesús mío, Amor sin límites, me uno a ti y también yo te doy gracias por todo lo que me has hecho sufrir y por lo que todavía tengo que sufrir, y te suplico que hagas nacer en todos los corazones el alba de la gracia, para que tú, Sol Divino, puedas surgir en todos los corazones y reinar en ellos.
Pero veo que tú, dulce Jesús mío, reparas también todos los primeros pensamientos, afectos y palabras que desde el inicio del día no han sido ofrecidos a ti para honrarte, y reúnes en ti, como si fueran uno sólo, los pensamientos, los afectos y las palabras de todas las criaturas, para darle al Padre la reparación y la gloria que se le debe.
Jesús mío, Divino Maestro, ya que disponemos de una hora libre en esta prisión y estamos a solas, no solamente quiero hacer lo que tú haces, sino también quiero limpiarte, reordenarte los cabellos y fundirme totalmente en ti... Así que me acerco a tu santísima cabeza, y reordenándote los cabellos, quiero hacer una reparación por tantas mentes trastornadas y llenas de tierra, que no tienen ni siquiera un pensamiento para ti, y fundiéndome en tu mente, quiero reunir en ti todos los pensamientos de todas las criaturas y fundirlos en tus pensamientos, para poder hallar suficiente reparación por todos los malos pensamientos y por tantas luces e inspiraciones sofocadas. Quiero hacer de todos los pensamientos uno sólo con los tuyos, para ofrecerte verdadera reparación y gloria perfecta.
Afligido Jesús mío, beso tus ojos llenos de lágrimas y de tristeza, y teniendo atadas las manos a la columna no puedes secártelos ni limpiarte los salivazos que te cubren el rostro; además, siendo insoportable la postura en la que te han dejado, no puedes cerrar los ojos para descansar al menos por un poco. ¡Amor mío, cómo quisiera hacerte con mis brazos un lecho para que pudieras reposar! Quiero secarte los ojos y pedirte perdón, ofreciéndote una reparación por todas las veces que no hemos tenido la intención de agradarte y de mirarte para ver qué es lo que querías de nosotros, qué es lo que debíamos hacer y a dónde querías que fuéramos; y en tus ojos quiero fundir los míos y los de todas las criaturas, para poder reparar con tus mismos ojos todo el mal que hemos hecho con la vista.
Piadoso Jesús mío, beso tus oídos santísimos para repararte los insultos que has recibido durante toda la noche, y más aún por el eco que resuena en tus oídos de todas las ofensas de las criaturas. Te pido perdón y te reparo por todas las veces que nos has llamado y que nosotros nos hemos hecho los sordos fingiendo que no te escuchábamos, mientras que tú, cansado, nos has llamado repetidamente, pero en vano. Quiero fundir en tus oídos los míos y los de todas las criaturas para darte continua y completa reparación.
Enamorado Jesús mío, beso tu rostro santísimo, lívido totalmente a causa de los golpes. Te pido perdón y te reparo por cuantas veces nos has llamado a ser víctimas de reparación y nosotros, uniéndonos a tus enemigos, te hemos dado bofetadas y te hemos escupido. Jesús mío, quiero fundir mi rostro en el tuyo, para restituirte tu hermosura original y ofrecerte una reparación completa por todos los desprecios que le han hecho a tu santísima Majestad.
Amargado Bien mío, beso tu dulcísima boca, colmada de dolor por los puñetazos recibidos, y ardiente de amor. Quiero fundir en tu lengua la mía y la de todas las criaturas, para reparar con tu misma lengua todos los pecados y las malas conversaciones que se tienen. Quiero, sediento Jesús mío, hacer de todas las voces una sola con la tuya, para hacer que, cuando estén a punto de ofenderte, tu voz, circulando por las voces de las criaturas, sofoque esas voces de pecado y las transforme en voces de alabanzas y de amor.
Encadenado Jesús mío, beso tu cuello oprimido por pesadas cadenas y cuerdas, las cuales, pasando por el pecho hasta por detrás de los hombros y llegándote hasta los brazos te tienen fuertemente atado a la columna. Tus manos ya están hinchadas y moradas por lo fuerte que te han atado, tanto que de ellas te está saliendo sangre. ¡Ah, Jesús!, déjame que te desate, y si te gusta estar atado, quiero atarte con las cadenas del amor que, siendo dulces, te procurarán alivio en vez de hacerte sufrir.
Y mientras te desato, quiero fundirme en tu cuello, en tu pecho, en tus hombros, en tus manos y en tus pies, para poder reparar junto contigo por todos los apegos de las criaturas y para darles a todos las cadenas de tu amor; para reparar por todas las frialdades y llenar los pechos de todas las criaturas con tu fuego, pues veo que el que tú tienes, es tanto, que no puedes contenerlo; para reparar por todos los placeres ilícitos y el amor a
las comodidades y darles a todos el espíritu de sacrificio y el amor al sufrimiento...
Quiero fundirme en tus manos para reparar por todas las malas obras y el bien hecho malamente y con espíritu de presunción, y darles a todos el perfume de tus obras; fundiéndome en tus pies, encierro todos los pasos de las criaturas para reparar por ellos y darles a todos tus pasos para hacer que caminen santamente.
Y ahora, dulce Vida mía, permíteme que fundiéndome en tu Corazón, encierre todos los afectos, los latidos y los deseos de todas las criaturas para repararlos contigo y darles a todos tus afectos, los latidos de tu Corazón y tus deseos, para que nadie vuelva a ofenderte.
Pero siento en mis oídos el ruido de unas llaves, son tus enemigos que vienen a sacarte de la cárcel. Jesús, yo tiemblo, me siento horrorizada ya que estarás de nuevo en manos de tus enemigos. ¿Qué va a ser de ti? Me parece oír también el ruido de las llaves que abren los Sagrarios. ¡Cuántas manos profanadoras los abren y tal vez para hacerte descender en corazones sacrílegos! ¡En cuántas manos indignas te ves forzado a estar! Prisionero Jesús mío, quiero encontrarme en todas tus prisiones de amor, para poder estar ahí cuando tus ministros te sacan y hacerte compañía y repararte por todas las ofensas que puedas recibir.
Veo que tus enemigos están llegando. Y tú, saludas al sol que amanece en el último día de tu vida; y ellos, al desatarte, viéndote lleno de majestad y sintiendo tu mirada llena de amor, en pago te cubren el rostro de bofetadas tan fuertes que de inmediato se enrojece con tu preciosísima sangre.
Amor mío, antes de que salgas de la prisión, en mi dolor, te suplico que me bendigas para poder tener la fuerza de seguirte en todo lo que falta de tu pasión.
Reflexiones y prácticas
Jesús en la prisión, atado e inmovilizado a una columna, se encuentra cubierto de salivazos y de fango, y él busca nuestras almas para que le hagamos compañía. Y nosotros, ¿nos ponemos felices de poder estar a solas con Jesús o preferimos la compañía de las criaturas? ¿Es sólo Jesús nuestro único respiro, el único latido de nuestro corazón?
Nuestro amado Jesús, para hacernos semejantes a él, ata nuestras almas con arideces, con opresiones, con sufrimientos y con tantas otras clases de mortificaciones; y nosotros, ¿nos ponemos felices cuando Jesús nos ata dentro de la prisión en la que su amor nos pone, es decir: oscuridades, opresiones, etc.?
Jesús está en la prisión, ¿sentimos en nosotros la fuerza y la prontitud para encerrarnos en Jesús por amor a él?
Pero siento en mis oídos el ruido de unas llaves, son tus enemigos que vienen a sacarte de la cárcel. Jesús, yo tiemblo, me siento horrorizada ya que estarás de nuevo en manos de tus enemigos. ¿Qué va a ser de ti? Me parece oír también el ruido de las llaves que abren los Sagrarios. ¡Cuántas manos profanadoras los abren y tal vez para hacerte descender en corazones sacrílegos! ¡En cuántas manos indignas te ves forzado a estar! Prisionero Jesús mío, quiero encontrarme en todas tus prisiones de amor, para poder estar ahí cuando tus ministros te sacan y hacerte compañía y repararte por todas las ofensas que puedas recibir.
Veo que tus enemigos están llegando. Y tú, saludas al sol que amanece en el último día de tu vida; y ellos, al desatarte, viéndote lleno de majestad y sintiendo tu mirada llena de amor, en pago te cubren el rostro de bofetadas tan fuertes que de inmediato se enrojece con tu preciosísima sangre.
Amor mío, antes de que salgas de la prisión, en mi dolor, te suplico que me bendigas para poder tener la fuerza de seguirte en todo lo que falta de tu pasión.
Reflexiones y prácticas
Jesús en la prisión, atado e inmovilizado a una columna, se encuentra cubierto de salivazos y de fango, y él busca nuestras almas para que le hagamos compañía. Y nosotros, ¿nos ponemos felices de poder estar a solas con Jesús o preferimos la compañía de las criaturas? ¿Es sólo Jesús nuestro único respiro, el único latido de nuestro corazón?
Nuestro amado Jesús, para hacernos semejantes a él, ata nuestras almas con arideces, con opresiones, con sufrimientos y con tantas otras clases de mortificaciones; y nosotros, ¿nos ponemos felices cuando Jesús nos ata dentro de la prisión en la que su amor nos pone, es decir: oscuridades, opresiones, etc.?
Jesús está en la prisión, ¿sentimos en nosotros la fuerza y la prontitud para encerrarnos en Jesús por amor a él?
Jesús, afligido, anhelaba nuestras almas para ser desatado y para poder apoyarse en nosotros a causa de la posición tan dolorosa en la que se hallaba; y nosotros, ¿anhelamos que sólo Jesús venga a hacernos compañía, a desencadenarnos de toda pasión y a encadenarnos con cadenas más fuertes a su Corazón? ¿Ponemos nuestras penas alrededor de Jesús para rechazar los salivazos y el fango que los pecadores le arrojan?
Jesús en la prisión hace oración, y nuestra oración junto a él, ¿es constante?
« Encadenado Jesús mío, tú te hiciste prisionero por amor a mí; yo te pido que encierres en ti mi mente, mi lengua, mi corazón y todo mi ser, para que yo ya no tenga libertad alguna y tú puedas tener el dominio absoluto sobre mí ».