Homilía LVI: El estado monástico
1. Debemos saber lo que es un monje y por cuál manera de vivir merece verdaderamente ese nombre. Vamos, pues, a hablar según lo que Cristo nos enseña.En primer lugar se lo llama así porque está solo, se abstiene de mujer y ha renunciado al mundo interior y exteriormente: exteriormente, esto es, a las cosas exteriores y mundanas; interiormente, es decir, a las representaciones de las mismas, de modo que no admite ya los pensamientos de las preocupaciones del mundo.En segundo lugar se lo llama monje porque invoca a Dios en una oración incesante, con el objeto de purificar su espíritu de los pensamientos numerosos y malos, y para que también su espíritu llegue a ser “monje”, solo delante del verdadero Dios y no admitiendo ya los pensamientos que provienen del mal; al contrario se purifica enteramente como conviene, y permanece límpido delante de Dios.
2. La resolución de este hombre, implica efectivamente todo esto. Si, pues, se resuelve a seguir al Señor solo, que extirpe de sí mismo las pasiones y los pensamientos malos, y, purificado de esa manera, implantará dentro de sí los frutos del Espíritu Santos a saber: caridad, alegría, paz, longanimidad, servicialidad, bondad, confianza en los demás, dulzura, dominio de sí. El Apóstol dice al respecto: “Frente a tales cosas, no hay ley”(Ga5,22-23).
En la medida en que Dios ve que la resolución de un hombre es dedicarse a Él y acercarse a Él, sin dejarse distraer por nada y sin descanso, en esa misma medida lo colma de su gracia y lo enriquece. Por el contrarío, en la medida en que ve que nuestra resolución es posponerlo y alejarnos de Él, dejándonos distraer por las cosas materiales, en esa misma medida se retira y ya no nos toma en cuenta. Sin embargo, no se necesita más que nuestra resolución, puesto que está siempre presto a apiadarse e iluminarnos, con tal que queramos darnos enteramente.3. Es, en verdad, conforme a la naturaleza del alma creada por Dios el amarle y entregarse a Él. Pero el cuerpo sacado de la tierra, piensa en lo que hay en la tierra. Lo que es más, es llevado de Satanás, y arrastra alma y entendimiento hacia los pensamientos terrestres.
El monje tiene, pues, que estar dotado de discernimiento y estar alerta en este punto, para no ser vencido como por la espalda, a causa de su ignorancia.
4. Debemos aún aprender el sentido de la palabra de Cristo: “Toma tu cruz y sígueme”(Mt16,24). No creamos que debemos suspendernos al madero y de ese modo seguir al Señor; sino que el monje debe crucificarse a las cosas del mundo, renunciando a ella; más aun, debe crucificar su intelecto en la oración, a fin de no descuidar su salvación. Ya no se trata solamente de rechazar los pensamientos malos, sino de usar de discernimiento y saber que vienen del Maligno. Luego, se debe librar el entendimiento de toda distracción para que no sea turbado.
Porque si uno no se despeja, en vano reza; puesto que el entendimiento se extravía aquí y allá, y, por más que rece, su oración no va a subir hasta Dios, ya que, si su oración no es pura y no va acompañada de una plena certeza de fe, tampoco Dios la va a aceptar
5. Por sí mismo el monje no tiene fuerza ni poder para resistir al diablo, extirpar por sí mismo los pensamientos del pecado, cumplir la voluntad de Dios, guardar sus mandamientos y combatir las pasiones. Lo único que está en su poder es la resolución de darse a Dios, de rogarle e invocarle con el fin de que lo purifique de Satanás y de sus influjos, y que se digne venir a su alma por su gracia y reinar en ella, que cumpla en el sus propios mandamientos y su propia voluntad, que le confíe todas las virtudes que hacen al justo: primero, la fe verdadera; después la oración eficaz, una caridad que ponga en movimiento toda su alma y todas sus fuerzas, la esperanza, el ayuno, el dominio de sí, la humildad, la dulzura, la longanimidad, la perseverancia. Después de esto el agraciado con todos estos dones ya no podrá gloriarse y decir: “Soy yo quien llegué a tales resultados”, sino dar gracias al Señor en todo, porque es Él quien, invocado, obró esos resultados.
Efectivamente, la perseverancia en la oración obtiene muchos frutos. En cambio la despreocupación, que es el regalo de Satanás al hombre, produce en el alma gran oscuridad y tinieblas, aleja al hombre de Dios y cautiva su inteligencia.
6. Debemos, pues, estar vigilantes, escoger el bien que nos salva, amar a Dios y amarnos mutuamente, no sólo con palabras, sino de verdad. Ahora bien, esta caridad el monje la adquirió gracias a la oración y la completó con sus obras; puesto que todo precepto encuentra en ella su cumplimiento. La ley escrita expone muchos misterios de manera escondida; pero el monje los descubre si se dedica sin interrupción a la oración y a la conversación con Dios, y la gracia le revelará misterios aun más profundos que los que contiene la Escritura. Por la sola lectura de la ley escrita no se llega a resultados comparables a los que se consiguen orando a Dios, pues todo obtiene su plenitud de la oración. Quien haya escogido esta porción ya no necesita leer las Escrituras, porque sabe que todo encuentra su realización en la oración.
7. Con respecto a las pasiones malas, las enfrenta y se hace violencia para triunfar, sin conseguirlo. Pero sí se aplica constantemente a la oración y a la suplica, y se vuelve totalmente a Dios, Éste las exterminará, puesto que el monje puso en Él todos sus cuidados.Después la gracia de Dios realizará en él numerosas acciones. A menudo alcanzara consolación. Entonces lo inundara un amor apasionado, una alegría inefable, de manera que derramará lágrimas y si pudiera, el alma dejaría el cuerpo y se iría hacia el Señor.
A veces el alma se regocija interiormente bajo el efecto de la gracia del Señor, ya que es a la vez exigente en todo y liberal. A menudo, sin embargo, el consuelo se va y la gracia del Señor permite a Satanás que le combata. Este excita las pasiones malas, le trae la somnolencia, la acedia, la debilidad espiritual y muchas otras cosas que uno no podría expresar. Todo esto para que, en la aflicción y en la pena, invoque al Señor con una fe inconmovible y le suplique con todas sus fuerzas. Cuando el hombre persevera y verdaderamente busca la misericordia de Dios, entonces la gracia aparta de él todas las vejaciones del enemigo; le alegra el corazón a su gusto y le purifica de todo artificio del adversario.
Dios no quiere que el hombre posea la gracia sino con el precio de esfuerzos y combates y no quiere que el hombre experimente continuamente sus dulzuras, con el objeto de que su entendimiento no se vuelva perezoso, sino que permanezca vigilante en la lucha contra Satanás. Gloria a Dios. Amén
Introducción, selección y traducción por monjes de Las Condes
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Homilía 28--¡Ay del alma en la que no habita Cristo!
De las homilías atribuidas a san Macario, obispo
Así como en otro tiempo Dios, irritado contra los judíos, entregó a Jerusalén a la afrenta de sus enemigos, y sus adversarios los sometieron, de modo que ya no quedaron en ella ni fiestas ni sacrificios, así también ahora, airado contra el alma que quebranta sus mandatos, la entrega en poder de los mismos enemigos que la han seducido hasta afearla.
Y, del mismo modo que una casa, si no habita en ella su dueño, se cubre de tinieblas, de ignominia y de afrenta, y se llena de suciedad y de inmundicia, así también el alma, privada de su Señor y de la presencia gozosa de sus ángeles, se llena de las tinieblas del pecado, de la fealdad de las pasiones y de toda clase de ignominia.
¡Ay del camino por el que nadie transita y en el que no se oye ninguna voz humana!, porque se convierte en asilo de animales. ¡Ay del alma por la que no transita el Señor ni ahuyenta de ella con su voz a las bestias espirituales de la maldad! ¡Ay de la casa en la que no habita su dueño! ¡Ay de la tierra privada de colono que la cultive! ¡Ay de la nave privada de piloto!, porque, embestida por las olas y tempestades del mar, acaba por naufragar. ¡Ay del alma que no lleva en sí al verdadero piloto, Cristo!, porque, puesta en un despiadado mar de tinieblas, sacudida por las olas de sus pasiones y embestida por los espíritus malignos como por una tempestad invernal terminará en el naufragio.
¡Ay del alma privada del cultivo diligente de Cristo que es quien le hace producir los buenos frutos del Espíritu!, porque, hallándose abandonada, llena de espinos y de abrojos, en vez de producir fruto, acaba en la hoguera. ¡Ay del alma en la que no habita Cristo, su Señor!, porque, al hallarse abandonada y llena de la fetidez de sus pasiones, se convierte en hospedaje de todos los vicios.
Del mismo modo que el colono, cuando se dispone cultivar la tierra, necesita los instrumentos y vestiduras apropiadas, así también Cristo, el rey celestial y verdadero agricultor, al venir a la humanidad desolada por pecado, habiéndose revestido de un cuerpo humano y llevando como instrumento la cruz, cultivó el alma abandonada, arrancó de ella los espinos y abrojos de los malos espíritus, quitó la cizaña del pecado y arrojó al fuego toda la hierba mala; y, habiéndola así trabajado incansablemente con el madero de la cruz, plantó en ella el huerto hermosísimo del Espíritu, huerto que produce para Dios, su Señor, un fruto suavísimo y gratísimo.
( Homilía 30,1-3--Atribuido a San Macario de Egipto)
Qué es lo que hacen, los hermanos deben mostrarse caritativos y alegres los unos con los otros. El que trabaja hablará así al que ora: «El tesoro que mi hermano posee, yo lo tengo también, pues todo lo nuestro es común» Por su parte, el que ora dirá al que lee: «El beneficio que saca de su lectura me enriquece, a mí también». Y el que trabaja dirá aún: «Es en interés de la comunidad que yo cumpla este servicio.»
Los muchos miembros del cuerpo no forman más que un sólo cuerpo y se sostienen mutuamente cumpliendo cada uno su labor. El ojo ve por todo el cuerpo; la mano trabaja por los otros miembros; el pie caminando, los lleva a todos; un miembro sufre cuando otro sufre. He aquí como los hermanos se deben comportar los unos con los otros (Rm 12, 4-5). El que ora no juzgará al que trabaja porque no ora. El que trabaja no juzgará al que ora... El que sirve no juzgará a los otros. Al contrario, cada uno, que haga, y actué para la gloria de Dios (1Co 10,31; 2Co 4, 15)...
Así, una gran concordia y una serena armonía formarán «el vínculo de la paz» (Ef 4,3), que los unirá entre ellos y los hará vivir con trasparencia y sencillez bajo la mirada benévola de Dios. Lo esencial, evidentemente es perseverar en la oración. Además una sola cosa es condición: cada uno debe poseer en su corazón el tesoro que es la presencia viva y espiritual del Señor. El que trabaja, ora, lee, debe poder decir que posee el bien imperecedero que es el Espíritu Santo.
Homilías espirituales nº 30, 3-4
“Pedid, buscad, llamad”
Esfuérzate por complacer a Dios, espérale interiormente sin cansarte, búscale a la medida de tus pensamientos, violenta tu voluntad y sus decisiones, fuérzalas para que tiendan continuamente hacia él. Y verás como él viene cerca de ti y establece en ti su morada (Jn 14,23)... Y él está allí, observando tus razonamientos, tus pensamientos, tus reflexiones, examinando cómo le buscas: si es con toda tu alma, o bien floja y negligentemente. Y cuando verá que lo buscas con ardor enseguida se te manifestará, se te aparecerá, te concederá su auxilio, te concederá la victoria y te librará de tus enemigos.
En efecto, cuando habrá visto cómo le buscas, cómo pones en él continuamente tu esperanza, entonces verás como te instruye, te enseña la verdadera oración y te da la caridad verdadera que es él mismo. Entonces él lo será todo para ti: paraíso, árbol de la vida, perla preciosa, corona, arquitecto, agricultor, un ser sometido al sufrimiento pero que no queda afectado por él, hombre, Dios, vino, agua viva, oveja, esposo, combatiente, armadura, Cristo “todo en todos” (1C 15,28).
Igual que un niño no puede ni alimentarse ni cuidarse solo, sino que no puede hacer otra cosa que mirar, llorando, a su madre hasta que ésta movida por la compasión se cuida de él, así mismo las almas creyentes lo esperan todo de Cristo y le atribuyen todo lo que es justo. Igual que el sarmiento se seca si se separa de la vid (Jn 15,6), así le pasa a quien quiere ser justo sin Cristo. De la misma manera que “es un ladrón y bandido el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas sino que salta por otra parte” (Jn 10,1), así es el que quiere llegar a ser justo sin aquél que justifica.
Homilía: Entrar en el descanso
Homilías espirituales, 35 [Pseudo-Macario]
«El Hijo del hombre es señor del sábado» (Lc 6,5).
En la Ley dada por Moisés, que era tan sólo una sombra de lo que había de venir (Col 2,17), Dios daba a todos la orden de descansar y no hacer ningún trabajo en día de sábado. Pero ello no era más que un símbolo y una sombra del verdadero sábado, lo cual se concedió al alma del Señor… En efecto, el Señor llama al hombre al descanso diciéndole: «Venid todos los que estáis cansados y agobiados que yo os haré descansar (Mt 11,28). Y a todas las almas que confían en él y se le acercan les da el descanso liberándolas de los pensamientos penosos, agobiantes e impuros. Entonces estas dejan completamente de darse al mal y celebran un auténtico sábado, delicioso y santo, una fiesta del Espíritu, con un gozo y alegría inexpresables. Dan a Dios un culto puro, agradable y que procede de un corazón puro. Éste es el sábado verdadero y santo.
También nosotros pues, supliquemos a Dios que nos haga entrar en este descanso, que nos veamos libres de pensamientos vergonzosos, malos y vanos, a fin que podamos servir a Dios con corazón puro y celebrar la fiesta del Espíritu Santo. Dichosos los que entran en este descanso.
Carta de san Macario de Egipto – monje
A sus discípulos
1. En primer lugar, cuando el hombre haya comenzado a conocerse a sí mismo –por qué ha sido creado– y haya buscado a Dios, su Creador, entonces empezará a arrepentirse de lo que cometió durante el tiempo de su negligencia. Sólo así, el buen Dios le concede tristeza por los pecados.
2. Luego, nuevamente por su bondad, [Dios] le da la aflicción del cuerpo –en ayunos y vigilias–, la constancia en la oración y el desprecio del mundo; que soporte de buena gana los ultrajes que le infligen, que tenga aversión a cualquier alivio corporal y que ame más el llanto que la risa.
3. Después de esto, le concede el deseo de las lágrimas y el llanto, el abatimiento del corazón y la humildad; que se fije en la viga de su ojo, que no se esfuerce por descubrir la brizna ajena, y que siempre diga: «Porque yo conozco mi injusticia, y mi pecado está siempre ante mí» (Sal 50,5). También [le concede] que tenga siempre en mente el día de su partida y de qué modo se presentará ante la mirada de Dios. Que además se represente en su mente tanto los juicios como las penas, sin olvidar las recompensas y los honores que les corresponden a los santos.
4. Pues bien, cuando haya visto que esto es dulce para él, lo prueba, [a ver] si renuncia a los placeres y resiste a los adversarios, los príncipes de este mundo, aquellos que anteriormente lo habían vencido. También [lo prueba a ver si renuncia] a los deleites del alimento variado que debilitan el corazón. De modo que casi pueda ser vencido por el cansancio del cuerpo y la largura del tiempo, en circunstancias que los pensamiento le sugieren: «¿Cuánto tiempo podrás soportar este esfuerzo?»; también: «Cualquiera requiere un duro trabajo para merecer la inhabitación divina, pero mucho más tú, que has pecado tanto»; y «¿Cuántos pecados te pueden ser perdonados por Dios?».
5. Cuando [Dios] haya comprobado que el corazón del [hombre] es firme en el temor de Dios y que no abandona su lugar, sino que resiste de modo más vigoroso, entonces le vienen pensamientos que, so pretexto de justicia, le dicen: «Sin duda pecaste, pero hiciste penitencia; ya eres santo». Y lo hacen acordarse de aquellos hombres que no han hecho penitencia por sus pecados, sembrando en su corazón la vanagloria.
6. Y no sólo eso, también procuran que ciertos hombres lo alaben astutamente y que lo induzcan a obras que no es capaz de sobrellevar, introduciéndole los pensamientos de no alimentarse, de no beber, también de no dormir, y muchos otros que sería largo enumerar. E incluso le conceden la facilidad para llevar esto a cabo, por si acaso de este modo lo seducen. Ante esto, la Escritura advierte diciendo: «No te inclinarás ni a derecha ni a izquierda, sino que recorrerás el camino recto» (Prov 4,27.26).
7. Cuando el buen Dios haya visto que su corazón no se entregó a ninguno de ellos, como dice David: «Probaste mi corazón y me visitaste de noche –refiriéndose, de este modo, a las tentaciones–, me examinaste con fuego y la iniquidad no fue hallada en mí» (Sal 16,3), entonces lo mira desde su santo cielo y lo conserva siempre inmaculado. Investigando por qué ha dicho «de noche» y no «de día», resulta claro que es porque las asechanzas del enemigo se dan por la noche, tal como dice el bienaventurado Pablo que nosotros no somos hijos de las tinieblas sino de la luz (1Tes 5,5), porque el Hijo de Dios es el Día, mientras el diablo se asimila a la noche.
8. Cuando el alma haya superado todos estos combates, entonces los malos pensamientos comienzan a sugerirle el deseo de la fornicación y las relaciones aberrantes. En estas [circunstancias], el alma se debilita por todos lados y el corazón desfallece, al punto que crea que le es imposible la custodia de la castidad, haciéndole recordar, como dije, la largura del tiempo y la fatiga de las virtudes (que el peso de ellas es grande e insoportable) y sugiriéndole la debilidad del cuerpo y la fragilidad de la naturaleza.
9. Pero si se agota ante estos ataques, entonces el Dios bueno y misericordioso le envía la fuerza santa, fortalece su corazón y le da la alegría, el consuelo y la capacidad de ser hallado más fuerte que sus enemigos, para que el ataque de ellos –que temen la fuerza que habita en él– no prevalezca, tal como lo dice también San Pablo: «combatan y recibirán la fuerza». A esta fuerza, en efecto, se refiere el bienaventurado Pedro cuando dice: «una herencia incorruptible e inmarcesible, reservada en el cielo para ustedes que, en la fuerza de Dios, son custodiados por la fe» (1Pe 1,4-5).
10. Luego, el Dios bueno y clemente, cuando haya visto que su corazón se hace más fuerte que sus enemigos, entonces, gradualmente, le quita la fuerza que lo asistía, y concede a los enemigos que lo ataquen con las diversas concupiscencias de la carne, con la pasión de la vanagloria y con las tentaciones de la soberbia y de los demás vicios que arrastran a la perdición, al punto que se asemeja a una nave sin capitán que se estrella aquí y allá contra las rocas.
11. Pero, en estas [circunstancias], cuando su corazón se haya marchitado y, por así decirlo, haya flaqueado ante cada tentación del enemigo, entonces el Dios amante de los hombres, que se preocupa de su creatura, le envía la fuerza santa y lo fortalece, sometiendo su corazón, su alma, su cuerpo y todas sus entrañas al yugo del Paráclito, a propósito del que dice: «Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29).
12. Sólo así, el buen Dios comienza a abrir los ojos del corazón del [hombre] para que comprenda que Él es el que fortalece. Entonces, el hombre comienza a conocer verdaderamente el honor que se debe dar a Dios, con toda humildad y acción de gracias, tal como dice David: «Un espíritu contrito es un sacrificio para Dios» (Sal 50,19). A partir de esta fatiga en el combate, se produce la humildad, el abatimiento y la mansedumbre.
13. Una vez que haya sido probado en todo esto, entonces el Espíritu Santo comienza a revelarle las realidades del cielo, es decir, lo que está destinado –por justicia y mérito– a los santos y a los que esperan en su misericordia. Entonces, el hombre reflexiona dentro de sí aquella [sentencia] apostólica, diciendo: «Los sufrimientos de este tiempo no tienen proporción con la gloria futura que será revelada en nosotros» (Rm 8,18); y aquella de David: «Pues ¿qué hay para mí en el cielo?, y, fuera de ti, ¿qué he deseado sobre la tierra?» (Sal 72,25). Es decir, ¡Oh Señor, cuánto me has preparado en el cielo!, y yo, fuera de ti, ¿qué buscaba en la vida mortal? Y asimismo le comienzan a ser revelados los tormentos que les toca padecer a los pecadores, y muchas otras cosas que el varón santo comprende, aún si yo callo.
14. Después de todo esto, en efecto, el Paráclito comienza a establecer una alianza con la pureza de su corazón, la firmeza de su alma, la santidad de su cuerpo y la humildad de su espíritu. Y hace que él supere a toda creatura, en modo que su boca no hable de las obras de los hombres, que con sus ojos vea lo recto, que en su boca ponga un guardia, que con sus pasos recorra el camino recto, que posea la justicia de sus manos, es decir, de las obras, y la constancia en la oración; también la aflicción del cuerpo y la frecuencia en las vigilias. Y dispone en él todo esto con medida y discernimiento; no en la perturbación, sino en el reposo.
15. Pero si su mente desprecia el plan del Espíritu Santo, entonces, la fuerza que le había sido conferida, se aleja; y de este modo se producen disputas y perturbaciones en su corazón. Las pasiones del cuerpo, debido a los ataques del enemigo, lo perturban a cada momento. 16. Sin embargo, si su corazón se convierte y observa los preceptos del Espíritu Santo, la protección de Dios [nuevamente] descansa sobre él. Entonces el hombre reconoce que es bueno estar unido a Dios sin interrupción, puesto que en Él está su vida, y dice: «Te invoqué y me sanaste» (Sal 29,3), y también: «Porque junto a ti está la fuente de la vida» (Sal 35,10).
17. En resumen, según mi parecer, a no ser de que el hombre posea una gran humildad (que es la cumbre de todas las virtudes) y que ponga un guardia en su boca y el temor de Dios en su corazón, y que no se considere superior en lo que demuestra que aventaja a los demás (como si algo de bueno hubiera hecho), en modo que soporte de buena gana los ultrajes que le infligen y presente la otra mejilla al que lo golpea, que se lance con violencia sobre cada obra buena y la arrebate, y que lleve su alma en sus manos, como si cada día fuera a morir; [a no ser de] que considere vano todo lo que se ve bajo este sol y diga: «Deseo morir y estar con Cristo» (Fil 1,23), y «Para mí la vida es Cristo, y el morir, una ganancia» (Fil 1,21), no podrá observar los preceptos del Espíritu Santo. Amén.
(Traducción, P. Samuel Fernández E., publicada en Cuadernos Monásticos).
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Homilías espirituales, nº 33-Para la oración, velar en espera de Dios -
Para orar no hacen falta ni gestos, ni gritos, ni silencio, ni arrodillarse. Nuestra oración, a la vez prudente y fervorosa, debe ser una espera de Dios, hasta que Dios venga y visite nuestra alma a través de todos sus caminos de acceso a ella, todos sus senderos, todos sus sentidos. Tregua de nuestros silencios, de nuestros gemidos y de nuestros sollozos: no busquemos en la oración otra cosa que el abrazo de Dios.
En el trabajo ¿no empleamos con esfuerzo todo nuestro cuerpo? ¿No colaboran al mismo todos nuestros miembros? Que nuestra alma se consagre toda entera a la oración y al amor del Señor; que no se deje distraer ni dar tirones por sus pensamientos; que ponga toda su atención en Cristo. Entonces Cristo la iluminará y le enseñara la verdadera oración, le dará la petición pura y espiritual que es según Dios, la adoración «en espíritu y en verdad» (Jn 4,24).
El que ejerce de comerciante no busca simplemente una ganancia. Por todos los medios se esfuerza en engrandecerlo y hacerlo crecer. Emprende nuevos viajes y renuncia a los que le parecen no son de provecho; sólo marcha con la esperanza de un negocio. Como él, sepamos nosotros conducir nuestra alma por los caminos más diversos y más oportunos, y adquiriremos, oh ganancia suprema y verdadera, ese Dios que os enseña a orar en verdad.
El Señor se aposenta en un alma fervorosa, hace de ella su trono de gloria, se sienta en él y se queda allí.
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- Homilía nº 16, 3ª colección“¡Cuánto más vuestro Padre celestial os dará el Espíritu Santo!”
- Para obtener el pan para el cuerpo, el mendigo no experimenta ninguna dificultad para llamar a puerta y pedir; si no lo recibe, entra más adentro y sin enfado por el pan, pide vestidos o sandalias para aliviar su cuerpo. Mientras no recibe algo, no se va, aunque se le eche.
Nosotros, que buscamos el pan celeste y verdadero para fortalecer nuestra alma, que deseamos revestir los hábitos celestiales de luz y aspiramos a calzar las sandalias inmateriales del Espíritu para consuelo del alma inmortal, cuánto más debemos, incansable y resolutamente, con fe y amor, siempre pacientes, llamar a la puerta espiritual de Dios y pedir, con una constancia perfecta, ser dignos de la vida eterna.
Es así que el Señor “propuso una parábola para explicar cómo tenían que orar siempre sin desanimarse” (Lc 18,1) y después añadió estas palabras: “Cuanto más vuestro Padre celestial hará justicia a los que le piden día y noche” (v. 6).
Y además, refiriéndose al amigo: “Si no es por ser amigo que se lo da, se levantará a causa de su insistencia y le dará todo lo que tenga necesidad”. Y añade entonces: “Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama se le abre”. Y prosigue: “Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre celestial os dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!”
Es por esto que el Señor nos exhorta a pedir siempre, incansablemente y con tenacidad, a buscar y llamar continuamente: porque él ha prometido dar a los que piden, buscan y llaman, no a los que no piden nunca. Él quiere darnos la vida eterna siendo orado, suplicado, amado.