Decimaquinta Hora: De las 7 a las 8 de la mañana

Jesús ante Pilato y Pilato lo manda a Herodes


Encadenado Bien mío, tus enemigos unidos a los sacerdotes, te presentan ante Pilato y fingiendo santidad y escrupulosidad, ya que están por celebrar la Pascua, permanecen fuera en el atrio. Y tú, Amor mío, viendo el fondo de su malicia, reparas por todas las hipocresías de quienes son religiosos. También yo reparo contigo.

Pero mientras tú te ocupas de hacerles bien, ellos por el contrario dan inicio a sus acusaciones ante Pilato, vomitando todo el veneno que tienen contra ti. Pero Pilato, mostrándose insatisfecho por las acusaciones que te hacen y para poder condenarte con motivo, te llama aparte y a solas te examina y te pregunta: « ¿Eres tú el Rey de los Judíos? ».

Y tú, Jesús mío, verdadero Rey mío, respondes: « Mi Reino no es de este mundo, de lo contrario, miles de legiones de ángeles me defenderían ».

Y Pilato, conmovido por la suavidad y la dignidad de tus palabras, sorprendido, te dice: « ¿Cómo, tú eres Rey? ».

Y tú: « Yo lo soy, como tú dices, y he venido al mundo para enseñar la verdad ».

Y Pilato, sin querer saber más y convencido de tu inocencia, sale a la terraza y dice: « Yo no encuentro culpa alguna en este hombre ».

Los judíos, enfurecidos, te acusan de tantas otras cosas y tú callas, no te defiendes, y reparas las debilidades y las injusticias de los jueces cuando se hallan ante los poderosos de la tierra, y ruegas por los oprimidos y los abandonados.

Entonces, viendo Pilato la rabia de tus enemigos, para desentenderse, te envía a Herodes.
Divino Rey mío, quiero repetir tus oraciones, tus reparaciones y quiero acompañarte hasta donde se encuentra Herodes. Tus enemigos enfurecidos quisieran devorarte vivo, y en medio de insultos, de burlas y risas te hacen llegar ante Herodes.

Herodes se llena de orgullo y te hace muchas preguntas, pero tú no respondes y ni siquiera lo miras. Y Herodes irritado por no poder satisfacer su curiosidad y sintiéndose humillado por tu prolongado silencio, declara públicamente que tú eres un loco sin juicio, y ordena que como tal seas tratado, y para burlarse de ti, manda que te pongan una vestidura blanca y te entrega a los soldados para que te maltraten del peor modo posible.

Inocente Jesús mío, nadie puede hallar culpa alguna en ti, solamente los Judíos, porque su afectada religiosidad no merece que resplandezca en sus mentes la luz de la verdad.
Jesús mío, Sabiduría infinita, ¡cuánto te cuesta haber sido declarado loco! Los soldados abusando de ti, te arrojan al suelo, te pisotean, te escupen, se burlan de ti, te dan bastonazos y recibes tantos golpes que te sientes morir. Son tantas y tales las penas, los oprobios y las humillaciones que recibes, que los ángeles lloran y con sus alas se cubren el rostro para no seguir viendo.

Yo también, mi loco Jesús, quiero decirte loco, pero loco de amor. Y es tan grande tu locura de amor, que en vez de ofenderte, oras y reparas por las ambiciones de los reyes que desean poseer más reinos para ruina de los pueblos; por las destrucciones que provocan, por toda la sangre que se derrama por su causa, por sus caprichos, por todos sus pecados de curiosidad y por todos los pecados que se cometen en las cortes y en la milicia.

¡Oh Jesús mío, qué impresión causa el verte orar y reparar en medio de tantos ultrajes!
Tus palabras hacen eco en mi corazón y voy siguiendo lo que tú haces. Y ahora deja que me ponga a tu lado, que tome parte en tus penas y que te consuele con mi amor; y alejando de ti a tus enemigos, te tomo entre mis brazos para darte fuerzas y besarte la frente. 
 Dulce Amor mío, veo que no te dejan en paz y Herodes te envía de nuevo a Pilato. Si la venida ha sido dolorosa, el regreso es aún más trágico, pues los judíos se encuentran más enfurecidos que antes y están resueltos a hacerte morir a cualquier precio.

Por eso, antes de que salgas del palacio de Herodes quiero besarte en señal de mi amor en medio de tantas penas; y tú fortifícame con tu beso y con tu bendición y así te seguiré ante Pilato.

Reflexiones y prácticas
Cuando Jesús es presentado a Pilato, aún hallándose en medio a tantos insultos y desprecios, es siempre dulce, no desdeña a nadie y quiere que en todos resplandezca la luz de la verdad. Y nosotros, ¿sentimos que nos comportamos del mismo modo con todos? ¿Tratamos de vencer nuestras malas inclinaciones cuando alguien no nos simpatiza? Cuando tratamos con los demás, ¿hacemos lo posible por dar a conocer a Jesús y hacer que resplandezca en ellos la luz de la verdad?
« ¡Oh Jesús, dulce vida mía!, pon sobre mis labios tu palabra y haz que yo siempre hable con tu misma boca ».

Cuando Jesús se hallaba ante Herodes, estaba en silencio y vestido como si fuera un loco, sufriendo penas inauditas. Y nosotros, cuando recibimos alguna calumnia o burla, algún insulto o desprecio, ¿nos ponemos a pensar que Jesús quiere hacernos semejantes a él? Cuando sufrimos, cuando nos hacen algo y en todo lo que siente nuestro corazón, ¿nos damos cuenta de que es Jesús que tocándonos nos hace sufrir y que nos está transformando en sí mismo dándonos su semejanza? Y cuando el sufrimiento vuelve a nosotros, ¿pensamos que Jesús al vernos, todavía no está contento con nosotros y por eso nos abraza para poder asemejarnos totalmente a sí mismo? Siguiendo el ejemplo de Jesús ¿podemos decir que poseemos el dominio sobre nosotros mismos? ¿Que en las contrariedades en vez de responder preferimos callar? ¿Nos dejamos vencer alguna vez por la curiosidad?

En cada pena que podamos sufrir, es necesario que pongamos la intención de que ésta es una vida que le damos a Jesús para pedir almas; y poniendo a las almas en la Voluntad de Dios, nuestro dolor crea como un cerco en el que encerramos a Dios y a las almas para unirlas todas a Jesús.

« Amor mío y Todo mío, toma tú mismo posesión de mi corazón y tenlo siempre entre tus manos, para que en toda circunstancia pueda copiar en mí tu gran paciencia ».
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