Parte 2 Discurso primero Punto 3 María preservada por el Espíritu Santo

PUNTO 3º




1. María preservada por ser Esposa del Espíritu Santo

Si el Padre debió preservar a María del pecado por ser su Hija, y el Hijo debió preservarla porque iba a ser su Madre, también el Espíritu Santo debía preservarla, pues era su Esposa.

María –dice san Agustín– fue la única que mereció ser llamada madre y esposa de Dios. Como asegura san Anselmo, “el Espíritu de Dios, vino corporalmente, por así decirlo, a María, para enriquecerla de gracia sobre todas las
criaturas y moró en ella e hizo a su esposa reina del cielo y de la tierra”. Dice que vino a ella corporalmente en cuanto a lo inmenso de su amor, pues vino a formar de su cuerpo inmaculado, el inmaculado cuerpo de Jesús, como lo dijo el Arcángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (Lc 1, 35). “Por eso –afirma santo Tomás– se le llama a María templo del Señor, sagrario del Espíritu Santo, porque por obra del Espíritu Santo fue transformada en Madre del Verbo Encarnado”.

Si un excelente pintor tuviera la esposa tan bella como él la pintara ¿qué diligencia no pondría en representarla lo más hermosa que se pudiera imaginar? ¿Quién podrá decir que el Espíritu Santo haya obrado de otro modo con María, y
que pudiendo hacerse esta esposa tan hermosa como él quisiera, no la haya hecho? La hizo cual le convenía como lo atestigua el mismo Señor cuando, alabando a María, le dice: “Eres toda hermosa, amiga mía, y no hay mancha alguna en ti” (Ct 4, 7).

Estas palabras, dice san Ildefonso y santo Tomás, se entienden propiamente de María. Y san Bernardino de Siena, con san Lorenzo Justiniano, afirma que se refieren precisamente a su Inmaculada Concepción. Por eso el Idiota le dice: “Eres toda hermosa, Virgen gloriosísima, no en parte sino del todo; y no hay en ti mancha de pecado ni mortal, ni venial ni original”.

Lo mismo quiso indicar el Espíritu Santo cuando llamó a esta su esposa huerto cerrado y fuente sellada: “Huerto cerrado eres, hermana y esposa mía, huerto cerrado y fuente sellada” (Ct 4, 12).

María, dice san Jerónimo, es ese huerto cerrado y esa fuente sellada, porque los enemigos no entraron en ella jamás a turbarla o a ultrajarla, sino que siempre estuvo ilesa, santa en el alma y en el cuerpo. Ni con ningún engaño ni fraude pudo prevalecer contra ella el enemigo. San Bernardo le dice algo parecido: “Tú eres huerto cerrado, en el que no pusieron las manos los pecadores para arrasarlo”.

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2. María, obra maestra y predilecta del Espíritu Santo
Este Esposo divino amó más a María de lo que la pueden amar todos los ángeles y santos juntos. Él, desde el principio la amó y la exaltó con santidad superior a la de todos, como lo expresa David: “Su fundación sobre los montes
santos; ama el Señor las puertas de Sión más que todas las moradas de Jacob... Un hombre ha nacido en ella, quien la funda es el mismo Altísimo” (Sal 86, 1-2-5).

Palabras que parecen significar que María fue santa desde su Inmaculada Concepción. Lo mismo quiere decir el Espíritu Santo en otros lugares: “Muchas hijas han amontonado riquezas, pero tú las superas todas” (Pr 31, 29). Y es que María ha superado a todas en riquezas de gracia porque ha tenido hasta la justicia original, como la tuvieron los ángeles y Adán y Eva. “Innumerables son las doncellas, única es mi paloma, mi perfecta. Ella la única de su madre, la preferida de la que la engendró” (Cr 6, 8-9). El hebreo dice: “íntegra, mi inmaculada”. Todas las almas son hijas de la gracia divina, pero entre éstas María es la paloma sin la hiel de la culpa, la perfecta sin mancha original, la única concebida en gracia.

Así es que el Arcángel, antes de ser Madre de Dios, ya la encontró llena de gracia, que por eso la saludó diciéndole: “Dios te salve, llena de gracia”. Y comenta Sofronio diciendo que a los demás santos se les da la gracia en parte, mientras que a la Virgen se le dio del todo. De manera que, como dice santo Tomás, la gracia no sólo santificó el alma de María, sino también su cuerpo, a fin de que pudiera la Virgen vestir con él al Verbo eterno.

Todo esto lleva a comprender que María desde el primer instante de su concepción fue enriquecida por el Espíritu Santo con la plenitud de la gracia. Así argumentó Pedro de Celles: “La plenitud de la gracia se concentró en ella, porque desde el primer instante de su concepción, por la infusión del Espíritu Santo, quedó colmada de la gracia de Dios”.

Dice san Pedro Damiano: “Habiendo sido elegida y predestinada por Dios, debía ser por completo poseída por el Espíritu Santo”. Dice el santo “poseída por completo” como para indicar la celeridad con que el Divino Espíritu la hizo su esposa sin consentir que Lucifer la poseyese.

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3. María, exenta del débito del pecado

Quiero terminar este discurso en el que me he extendido más que en los otros, porque nuestra humilde Congregación tiene por su principal patrona a la Santísima Virgen María precisamente bajo el título de su Inmaculada Concepción.
Quiero terminar resumiendo brevemente las razones que demuestran con toda certeza esta verdad tan piadosa y de tanta gloria para la Madre de Dios, que ella ha sido preservada inmune de la culpa original.

Hay muchos doctores que han defendido que María ha estado exenta de contraer el débito del pecado. Y en efecto, si en la voluntad de Adán como cabeza de todos los hombres estaban incluidas las voluntades de todos, como sostienen autores apoyados en el texto de san Pablo: “Todos en Adán pecaron” (Rm 5, 12), sin embargo María no contrajo la deuda del pecado, porque habiéndola distinguido Dios con su gracia sobre el común de los hombres, debemos creer que en la voluntad de Adán al pecar no pudo estar incluida la voluntad de María.

Esta sentencia la abrazo como la más gloriosa para mi Señora. Y tengo por cierta la sentencia de que María no contrajo el pecado de Adán, y no solamente por cierta sino como próxima a ser definida como dogma de fe, como lo aseguran también muchos. Además de las revelaciones que confirman esta sentencia, especialmente las hechas a santa Brígida, aprobadas por el cardenal Torquemada y por cuatro sumos Pontífices, como se lee en varios pasajes del libro sexto de dichas revelaciones. No puede omitir las palabras de los santos padres tan concordes en reconocer este privilegio a la Madre de Dios. Dice san Ambrosio: “Recíbeme no de Sara; sino de María para que sea virgen incorruptible, pero virgen, por haber sido por gracia de Dios inmune de toda mancha de pecado”. Orígenes dice hablando de María: “No se vio infectada por el aliento de la venenosa serpiente”. San Efrén la aclama: “Inmaculada y del todo libre de cualquier mancha de pecado”.

San Agustín, comentando las palabras del Ángel: “Dios te salve, llena de gracia”, escribe: “Con estas palabras se demuestra que estuvo absolutamente excluida de la ira de la primera sentencia y que recibió la plenitud de toda gracia y bendición”.

San Jerónimo: “Aquella espiritual nube, nunca estuvo en tinieblas, sino siempre investida de luz”. San Cipriano o quien sea el autor: “No era justo que aquel vaso de elección estuviera sujeto a la común mancha, porque siendo muy distinta de los demás, comunicaba con ellos en la naturaleza, pero no en la culpa”.

San Anfiloquio: “El que crió a la primera virgen sin mancha, también creó a la segunda sin ninguna mancha de pecado”. Sofronio escribe: “La Virgen se llama inmaculada, porque no tiene ninguna corrupción”. San Ildefonso afirma: “Consta que ella estuvo inmune del pecado original”. San Juan Damasceno: “La serpiente no tuvo entrada a este paraíso”. Y san Pedro Damiano: “La carne de la Virgen procede de Adán, pero no admitió las culpas de Adán”. “Esta es la tierra incorruptible –dice san Bruno– que bendijo el Señor, libre por tanto de todo contagio de pecado”.

 San Buenaventura escribe: “Nuestra Señora estuvo llena de toda gracia previniente en su santificación, gracia preservadora contra el hedor de la culpa original”. San Bernardino de Siena: “No se puede creer que el mismo Hijo de Dios quisiera nacer de la Virgen y tomar su carne si estaba manchada de algún modo con la mancha del pecado original”.

San Lorenzo Justiniano asegura: “Fue colmada de todas las bendiciones
desde su concepción”. El Idiota, glosando las palabras: “Has encontrado gracia”,
dice: “Encontraste gracia muy especial, oh Virgen dulcísima, porque la tuviste desde que te viste preservada del pecado original”. Y lo mismo dicen tantos doctores.

Pero las razones que aseguran la verdad de esta sentencia en última
instancia son dos. El primero es el consentimiento universal de los fieles. Todas las ordenes y Congregaciones de la Iglesia siguen esta sentencia.

Pero sobre todo lo que debe persuadir que nuestra sentencia es conforme al común sentir de los Católicos, es lo que dice el Papa Alejandro VII en la célebre bula Sollicitudo omnium ecclesiarum, del año 1661, en que se afirma: Se acrecentó más y se propagó la piedad y el culto hacia la Madre de Dios... de manera que, poniéndose las universidades a favor de esta sentencia –es decir, la que afirma la Inmaculada Concepción– ya casi todos los católicos la abrazan”.

Y de hecho esta sentencia la defienden las universidades de La Sorbona, Alcalá, Salamanca, Coimbra, Colonia, Maguncia, Nápoles, y de otras muchas, en las que cada doctor se obliga con juramento a defender a la Inmaculada. Este argumento, escribe el célebre obispo D, Julio Torni, es del todo convincente, pues si el común sentir de los fieles da certeza de que María ya era santa desde el seno de su madre, y es garantía de la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo ¿por qué este común sentimiento de los fieles no ha de garantizar la verdad de su Concepción Inmaculada?

Y el otro argumento que nos certifica la verdad de la exención de la Virgen de la mancha original, es la celebración universal ordenada por la Iglesia de su
Concepción Inmaculada. Y acerca de esto yo veo por una parte que la Iglesia celebre el primer instante en que fue creada su alma e infundida en su cuerpo, como lo declara Alejandro VII en la bula citada, en la que se expresa que la Iglesia da a la Concepción de María el mismo culto que le da a la piadosa sentencia que afirma es concebida sin pecado original.

Por otra parte entiendo ser cierto que la Iglesia no puede celebrar nada que no sea santo, conforme lo declaran los papas san León y san Eusebio que dice: “En la Sede Apostólica siempre se ha conservado sin mancha la religión católica”.

Así lo enseñan todos los teólogos con san Agustín, san Bernardo y santo Tomás, el cual para probar que María fue santificada antes de nacer, se sirve del argumento de la celebración de su nacimiento por parte de la Iglesia, y reflexiona así: “La Iglesia celebra la Natividad de la Santísima Virgen;
ahora bien, en la Iglesia no se celebra nada que no sea santo; luego la Santísima Virgen fue santificada en el seno de su madre”. Pues si es cierto que María fue santificada en el seno de su madre porque la Iglesia celebra su nacimiento ¿por qué no hemos de tener por cierto que María fue preservada del pecado original desde el instante de su concepción sabiendo que la Iglesia celebra precisamente esto?

Para confirmar la realidad de este gran privilegio de María son conocidas las
gracias innumerables y prodigiosas que el Señor se complace en otorgar todos los días en el reino de Nápoles por medio de las estampas de la Inmaculada
Concepción. Podría referir muchas de esas gracias de las cuales han sido testigos los padres de nuestra misma Congregación, pero quiero referir sólo dos que son verdaderamente extraordinarias.

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EJEMPLO
Dos conversiones logradas por la imagen de la Inmaculada
A una de las residencias de nuestra humilde Congregación en este reino, vino una mujer a decir a uno de nuestros padres que su marido hacía muchos años que no se confesaba, y que la pobre no sabía qué hacer para convencerlo, porque en hablándole de confesión la apaleaba. El padre le dijo que le diera una imagen de María Inmaculada.

Al caer la tarde, la mujer de nuevo le rogó al marido que se confesara, y como no le hacía caso, le dio la estampa de la Virgen. Y apenas la recibió le dijo: Bueno ¿cuándo quieres que me confiese? Estoy pronto. La mujer se puso a llorar de alegría al ver cambio tan repentino. Llegada la mañana fue con su
marido a nuestra iglesia. Al preguntarle el padre cuánto tiempo hacía que no se
confesaba, le respondió que hacía veinte años. “Y ¿qué le movió a venir a
confesar?”, le dijo el padre. “Yo estaba obstinado –le respondió– pero ayer me dio mi mujer una estampa de nuestra Señora y al instante sentí cambiado el corazón, tanto que cada momento me parecía mil años esperando que se hiciera el día para poder venir a confesarme”.

Se confesó con gran dolor, cambió de vida y continuó durante mucho tiempo confesándose con el mismo padre.

En otro lugar de la diócesis de Salerno, mientras dábamos la santa misión,
había un hombre muy enemistado con otro que le había ofendido. Uno de nuestros padres le habló del perdón de las injurias, pero él le respondió: “Padre ¿me ha visto en la misión? No; y es por esto. Ya comprendo que estoy condenado, pero no hay remedio, me tengo que vengar”.

El padre se esforzó por convertirlo, pero viendo que perdía el tiempo le dijo: “Recíbame esta estampa de nuestra Señora”. “Y ¿para qué quiero esta estampa?”, le respondió; sin embargo, la aceptó. Y al punto, olvidando sus rencores accedió gustoso a lo que el padre le pedía. 

“Padre ¿quiere que perdone a mi enemigo? Estoy pronto a realizarlo”. Y se aplazó la reconciliación para la mañana siguiente. Mas llegada la mañana había cambiado de propósito y no quería ni oír hablar de reconciliación. El padre le volvió a ofrecer otra estampa de la Virgen. Por nada la quería recibir. Por fin, de mala gana, la recibió. Y apenas la tuvo en la mano dijo: “Se acabó ¿dónde está el notario?” Se hizo la reconciliación y se confesó.

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ORACIÓN DE ANHELO POR VER A MARÍA EN EL CIELO

Señora mía Inmaculada,
yo me alegro contigo de verte enriquecida con tanta pureza.

Doy gracias y siempre las daré a nuestro Creador,
por haberte preservado de toda mancha de culpa,
como lo tengo por cierto, y por defender este grande y singular privilegio
de tu Inmaculada Concepción, estoy pronto y juro dar si fuera menester, hasta mi vida.

Quisiera que todo el mundo te reconociese
y te aclamase como aquella hermosa aurora
siempre iluminada por la divina luz;
como el arca elegida de la salvación,
libre del universal naufragio del pecado;
por aquella perfecta e inmaculada paloma,
como te llamó tu divino esposo;
como aquel jardín cerrado
que hizo las delicias de Dios;
por aquella fuente sellada
que jamás pudo enturbiar el enemigo;
en fin, por aquella blanca azucena que eres tú,
y que naciendo entre las espinas,
que son los hijos de Adán,
manchados por la culpa y enemigos de Dios,
tú sola viniste pura y limpia,
toda hermosa y del todo amiga del Creador.

Déjame que te alabe como lo hizo Dios:
”Toda tú eres hermosa
y no hay mancha alguna en ti” (Ct 4, 7).

Purísima paloma, toda blanca,
toda bella y siempre amiga de Dios:
“¡Qué hermosa eres, amiga mía,
qué hermosa eres!” (Ct 4, 1).

María, tan bella a los ojos del Señor,
no te desdeñes de mirarme piadosa;
compadécete de mí y sáname.
Hermoso imán de los corazones,
atrae hacia ti el pobre corazón mío.

Tú que, desde el primer instante,
te presentas pura y bella ante Dios,
ten piedad de mí, que no sólo nací en pecado,
sino que también después del bautismo
he vuelto a mancillar mi alma con nuevas culpas.

¿Qué te podrá negar el Dios que te escogió
por su hija, su madre y su esposa,
que por esto te ha preservado de toda mancha,
y te ha preferido en su amor
a todas las criaturas?

Virgen Inmaculada, tú me has de salvar.
Haz que siempre me acuerde de ti
y tú nunca te olvides de mí.

Mil años me parece que faltan
hasta que pueda llegar a contemplar
esa tu belleza en el paraíso,
para sin fin amarte y alabarte,
madre mía, reina mía, amada mía, María.