OBSEQUIOS Y PLEGARIAS A MARÍA
Es tan generosa y agradecida la reina del cielo, que a los pequeños obsequios de sus siervos corresponde con grandes mercedes. Siendo munificentísima, dice san Andrés Cretense, suele premiar con gracias excelentes a cambio de pequeñeces.Mas para esto se necesitan dos cosas:
la primera, que le ofrezcamos nuestros obsequios con el alma limpia de pecado; de otra manera, María dirá lo que dijo a un soldado vicioso, el cual, como refiere san Pedro Celestino, todos los días le ofrecía algún obsequio a la Virgen.
OBSEQUIO 1º
El Ave María
La Santísima Virgen agradece muchísimo este saludo, porque al oírlo se le renueva el gozo que sintió cuando el arcángel san Gabriel le anunció que iba a ser la Madre de Dios. Nosotros debemos saludarla con el Ave María con esta misma intención.
Un día que se encontraba muy hambriento, se le apareció nuestra Señora y le ofreció una exquisita vianda, pero en una vasija tan sucia que el hombre no se atrevía a comerla. “Soy la Madre de Dios que ha venido a remediar tu hambre”. “Pero en este plato no puedo comer”. Y respondió María: “¿Cómo quieres que acepte tus devociones ofreciéndomelas con alma tan sucia?”.
El soldados se convirtió, se hizo ermitaño, vivió treinta años en el desierto y en la hora de la muerte se le apareció de nuevo la Virgen para llevarlo al cielo.
Decíamos en la primera parte que es moralmente imposible que se condene un devoto de la Virgen María. Pero esto ha de entenderse con la condición de que éste o viva sin pecados o al menos tenga deseos de salir de ellos, porque en ese caso nuestra Señora lo ayudará.
El soldados se convirtió, se hizo ermitaño, vivió treinta años en el desierto y en la hora de la muerte se le apareció de nuevo la Virgen para llevarlo al cielo.
Decíamos en la primera parte que es moralmente imposible que se condene un devoto de la Virgen María. Pero esto ha de entenderse con la condición de que éste o viva sin pecados o al menos tenga deseos de salir de ellos, porque en ese caso nuestra Señora lo ayudará.
Pero si alguno pretendiera seguir en sus pecados con la presunción de que nuestra Señora lo había de salvar, por su culpa se haría indigno de la protección de María.
La segunda condición es que persevere en la devoción a María. Sólo la perseverancia merece la corona, dice san Bernardo.
La segunda condición es que persevere en la devoción a María. Sólo la perseverancia merece la corona, dice san Bernardo.
Tomás de Kempis, siendo joven, recurría todos los días a la Virgen con ciertas oraciones. Un día las dejó; luego las abandonó durante una semana, y al fin del todo. Una noche, en sueños, vio cómo la Virgen abrazaba a todos sus compañeros, pero al llegar a él le dijo: ¿Qué esperas tú que has abandonado tus devociones? Vete, que eres indigno de mis abrazos.
Tomás despertó despavorido y reanudó las oraciones que acostumbraba. Bien dice Ricardo de San Lorenzo: El que persevera en la devoción a María no verá defraudada su esperanza, porque todo lo que desea se cumplirá.
Pero como nadie puede estar seguro de perseverar, por eso nadie está seguro de su salvación hasta la muerte. Memorable fue el testimonio que san Juan Berchmans, religioso jesuita, dejó al morir. Al preguntarle qué obsequio sería el mejor hacia la Señora para conseguir su protección, respondió: cualquiera, por pequeño que sea, pero constante.
Por eso voy a enumerar simple y sucintamente algunos obsequios que podemos ofrecer a nuestra Madre para merecer que nos obtenga las gracias. Esto lo considero lo más provechoso de toda esta obra. No recomiendo a mi querido lector que los practique todos, sino que practique los que elija con perseverancia y con temor de perder la protección de la Madre de Dios si se descuida en continuarlos. ¡Cuántos, tal vez, que ahora están en el infierno se habrían salvado si no hubieran abandonado los obsequios a María que un tiempo practicaron!
Pero como nadie puede estar seguro de perseverar, por eso nadie está seguro de su salvación hasta la muerte. Memorable fue el testimonio que san Juan Berchmans, religioso jesuita, dejó al morir. Al preguntarle qué obsequio sería el mejor hacia la Señora para conseguir su protección, respondió: cualquiera, por pequeño que sea, pero constante.
Por eso voy a enumerar simple y sucintamente algunos obsequios que podemos ofrecer a nuestra Madre para merecer que nos obtenga las gracias. Esto lo considero lo más provechoso de toda esta obra. No recomiendo a mi querido lector que los practique todos, sino que practique los que elija con perseverancia y con temor de perder la protección de la Madre de Dios si se descuida en continuarlos. ¡Cuántos, tal vez, que ahora están en el infierno se habrían salvado si no hubieran abandonado los obsequios a María que un tiempo practicaron!
OBSEQUIO 1º
El Ave María
La Santísima Virgen agradece muchísimo este saludo, porque al oírlo se le renueva el gozo que sintió cuando el arcángel san Gabriel le anunció que iba a ser la Madre de Dios. Nosotros debemos saludarla con el Ave María con esta misma intención.
Dice Tomás de Kempis: Saludadla con la salutación angélica, porque este saludo lo escucha muy complacida. Dijo la Virgen a santa Matilde que nadie puede saludarla mejor que con el Ave María. El que saluda a María, será saludado por ella.
San Bernardo oyó cómo una vez la Virgen lo saludaba desde una imagen, y le decía: Dios te salve, Bernardo. El saludo de María consistirá en alguna gracia con que corresponde siempre al que la saluda.
San Bernardo oyó cómo una vez la Virgen lo saludaba desde una imagen, y le decía: Dios te salve, Bernardo. El saludo de María consistirá en alguna gracia con que corresponde siempre al que la saluda.
Añade Ricardo de San Lorenzo: Si uno se acerca a la Madre del Señor diciéndole Ave María, ¿acaso ella le podrá negar la gracia?
La Virgen María le prometió a santa Gertrudis tantos auxilios en la hora de la muerte cuantas fuesen las avemarías que le había rezado.
Afirma el beato Alano que al rezar el Ave María, así como goza todo el cielo, así tiembla y huye el demonio. Esto lo confirmó con su experiencia Tomás de Kempis, quien al decir Ave María puso en fuga al demonio que se le había aparecido.
Este obsequio lo podemos practicar así:
¡Dichosas las acciones que van enmarcadas entre dos avemarías! Y así, al levantarse por la mañana o al cerrar los ojos para dormir, en toda tentación, en todo peligro, en todo impulso de cólera y cosas similares, rezar siempre el Ave María.
Hazlo así, mi querido lector, y verás el gran provecho que de esta práctica sacarás.
Refiere el P. Auriema que la Santísima Virgen prometió a santa Matilde la gracia de una santa muerte si le recitaba todos los días tres veces el Ave María en honor de su sabiduría, potencia y bondad.
Este obsequio lo podemos practicar así:
I. Rezando por la mañana y por la noche tres avemarías con el rostro en tierra o al menos de rodillas, añadiendo después de cada avemaría la oración: Oh María, por tu pura e inmaculada concepción, haz casto mi cuerpo y santa mi alma.
Luego pedirle la bendición a María como nuestra Madre que es. Así lo hacía san Estanislao. Después colocarse bajo el manto protector de nuestra Señora, pidiéndole que nos libre durante el día o la noche sin pecado. A conseguir esto ayuda tener una imagen de la Virgen cerca del lecho.
II. Rezando el Ángelus con las tres avemarías acostumbradas al amanecer, al mediodía y al caer la tarde. En tiempo de pascua se reza la antífona Regina caeli.
III. Saludando a la Madre de Dios con el Ave María al oír el reloj. San Alonso Rodríguez saludaba a María cada hora. De noche, los ángeles le despertaban para que no interrumpiese esta devoción.
IV. Saludando a la Virgen al salir de casa o al entrar, para que dentro o fuera nos libre del pecado.
V. Saludando con el Ave María a toda imagen de la Virgen que encontremos. Con esta intención es bueno que haya imágenes devotas de María en las puertas o en los muros de las casas para dar ocasión de reverenciarla a los que pasan. En Nápoles, y más en Roma, se encuentran por las calles hermosísimas imágenes de nuestra Señora colocadas por sus devotos.
VI. Será cosa muy saludable rezar un Ave María al principio o al fin de las acciones, ya sean éstas espirituales, como la oración, la confesión, la comunión, la lectura espiritual, oír la predicación, etc., ya sean temporales, como estudiar, dar buenos consejos, trabajar, sentarse a la mesa, acostarse y otras semejantes.
¡Dichosas las acciones que van enmarcadas entre dos avemarías! Y así, al levantarse por la mañana o al cerrar los ojos para dormir, en toda tentación, en todo peligro, en todo impulso de cólera y cosas similares, rezar siempre el Ave María.
Hazlo así, mi querido lector, y verás el gran provecho que de esta práctica sacarás.
Refiere el P. Auriema que la Santísima Virgen prometió a santa Matilde la gracia de una santa muerte si le recitaba todos los días tres veces el Ave María en honor de su sabiduría, potencia y bondad.