Obsequios 8º 9º 10º


OBSEQUIO 8º
Las limosnas en honor de María


Los devotos de la Virgen suelen dar limosnas en honor de la Madre de Dios, especialmente los sábados. Refiere san Gregorio en sus Diálogos que un santo zapatero llamado Deusdedit distribuía los sábados entre los pobres lo que le sobraba de las ganancias de la semana. Y se le mostró a un alma santa como un suntuoso palacio que Dios tenía preparado en el cielo para este siervo de María y que se iba construyendo los sábados. San Gerardo no negaba a la puerta de ltemplo ninguna limosna que se le pidiera en nombre de María. Lo mismo hacía el P. Martín Gutiérrez, jesuita; y una vez confesó que no había gracia que le hubiera pedido a María que no la hubiera conseguido. Habiendo muerto este siervo de Dios a manos de los hugonotes, se le apareció la Madre de Dios a sus compañeros acompañada de vírgenes, que envolvieron en lienzos el santo cuerpo y se lo llevaron.

Lo mismo practicaba san Everardo, obispo de Salzburgo. Y un santo monje lo vio a guisa de un niño en brazos de María, que decía: Éste es mi hijo Everardo que nunca me ha negado nada. De igual modo procedía Alejandro de Alés, el cual, requerido por un lego a que se hiciera franciscano en nombre de María, dejó el mundo y entró en la Orden. El que se sienta verdadero devoto de la Virgen no se niegue a dar cada día alguna limosna en su honor, y más crecida los sábados. Y si no puede otra cosa, al menos por amor de María haga cualquier otra obra de caridad, como asistir a los enfermos, rezar por los pecadores y por las almas del purgatorio y muchas más que se pueden hacer. Las obras de misericordia agradan muchísimo a esta Madre de misericordia.


OBSEQUIO 9º
Acudir con frecuencia a María

Entre todos los obsequios que podemos ofrecerle, le agrada extraordinariamente a nuestra Madre el que recurramos con frecuencia a su intercesión y le pidamos su ayuda en todas nuestras necesidades particulares, como cuando se trata de recibir o de dar consejos, en los peligros, en las penas y en las tentaciones, especialmente en las que son contra la castidad. La Madre de Dios nos librará ciertamente si recurrimos a ella con confianza, ya sea que acudamos a ella con el rezo de la oración, “bajo tu amparo nos acogemos”, o con el Ave María, o sólo con invocar el santísimo nombre de María, que tiene un poder especial para ahuyentar a los demonios.

El P. Santi, franciscano, acudió a María en una tentación impura, y se le apareció al instante la Virgen, le puso la mano en el pecho y se vio libre de todo peligro. En semejantes casos es buena industria besar el escapulario o el rosario, o tenerlos en la mano, o mirar y besar alguna imágen de la Virgen.


OBSEQUIO 10º
Otras prácticas en honor de María

I. Celebrar, hacer celebrar y participar en la santa Misa en honor de la Santísima Virgen. El santo sacrificio de la Misa siempre se ofrece a Dios en reconocimiento de su supremo dominio, pero esto no impide, dice el sagrado Concilio de Trento, que pueda ofrecerse a la vez a Dios en agradecimiento por las gracias concedidas a los santos y a su Santísima Madre y para que haciendo memoria de ellos se dignen interceder por nosotros. Por eso se dice en la Misa: “Para que a ellos les sirva de honor y a nosotros de salvación”. La Santísima Virgen reveló a un alma piadosa que le es muy agradable este ofrecimiento de la Misa, así como rezar el Padrenuestro, Ave María o Gloria a la Santísima Trinidad en agradecimiento por las gracias concedidas a María. Ya que no puede la Virgen agradecer por completo al Señor por todos los privilegios que le ha concedido, goza mucho con que sus hijos se le asocien en esta gratitud.

II. Reverenciar a los santos más unidos a María, como san José, san Joaquín y santa Ana. La Virgen recomendó a un noble la devoción a santa Ana, su madre. Honrar también a los santos más devotos de la Madre de Dios, como san Juan evangelista, san Juan Bautista, san Juan Damasceno, defensor de sus imágenes; san Ildefonso, defensor de su virginidad; san Bernardo y otros.

III. Leer diariamente algún libro que trate de las glorias de María. Predicar o al menos insinuar a todos, especialmente a familiares y amigos, la devoción a la Madre de Dios. Dijo un día la Virgen a santa Brígida: Haz que tus hijos sean mis hijos. Rezar todos los días por los vivos y difuntos más devotos de María.



Termino con estas hermosas palabras de san Bernardino:
Oh Señora bendita entre todas las mujeres, 
tú eres el honor de todo el género humano, 
la salvación de nuestro pueblo. 

Tú tienes méritos sin límites 
y entera potestad sobre todas las criaturas. 

Eres la Madre de Dios, la Señora del mundo, la Reina del cielo; 
eres la dispensadora de todas las gracias, el ornamento de la Iglesia. 

Eres el ejemplo de los justos, el consuelo de los santos
 y la raíz de nuestra salvación.

 Eres la alegría del paraíso, la puerta del cielo, la gloria de Dios.
 Mira, Señora, que hemos anunciado tus alabanzas. 

Te suplicamos, por tanto, Madre de bondad, que suplas nuestra debilidad, 
excuses nuestro atrevimiento, agradezcas nuestro servicio
 y bendigas nuestras fatigas 
imprimiendo en el corazón de todos tu amor
 a fin de que después de haber honrado 
y amado en la tierra a tu Hijo 
podamos alabarlo y bendecirlo en el cielo.
Amén.