VIGÉSIMO CUARTO DIA-PREPARACIÓN PARA LA CONSAGRACIÓN AL TRIUNFO DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

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Queridos hijos; el regalo más grande que ustedes pueden ofrecerme es la consagración a mi Inmaculado Corazón; es a través de este regalo de ustedes como Yo puedo ofrecerle este regalo a El. Decir «Si» a Dios es la contestación de todos sus ruegos a El, porque cuando ustedes digan esta palabra con toda sinceridad, se volverá contra sus naturalezas el preguntar el ¿por qué? de su Santa Voluntad, la respuesta de ustedes deberá ser ¿cómo? quiere Dios que hagamos su voluntad y entonces Dios podrá revelar la solución a cada problema.

Imitar a mi Inmaculado Corazón es seguir su Sagrada Voluntad y desear cumplir cada deseo de su Sagrado Corazón. Reflejar mi Corazón es volverse lleno de gracia, practicar la virtud y mantenerse en estado de pureza.

Entréguenme sus corazones y yo les prometo darles todas las gracias que Dios me ha otorgado a mí. Además, esto significa dejar sus corazones a mi cuidado eterno. El «SI» que Dios desea es el «SI» de la eternidad. Por tanto, hijos míos, este sí debe ser renovado cada día. Vayan ahora y háblenle a todos sobre los regalos que yo deseo que todos reciban».

Septiembre 8 de 1.993

Guía:
Debemos recordar dejar nuestros corazones al cuidado maternal de Nuestra Madre, nosotros conocemos la magnitud de su victorioso Corazón Inmaculado, estamos invitados a una celebración de increíbles proporciones; una conquista de corazones con una dimensión imposible de medir.

Esta coalición formada entre el Inmaculado Corazón de María y nuestro corazón es tal que trae regocijo y tribulación. Nuestra Señora pide mucho del alma que tiene la alianza con Ella.

Por medio de nosotros lograremos el cumplimiento de sus suplicas a Dios Padre. Debemos comenzar a preguntar «¿cómo?» en todo lo que El pida. En nuestra consagración descartamos la necesidad de preguntar «¿por qué?» a El. Es la profundidad de nuestra sinceridad lo que nos permite abrir más nuestros corazones para comprender la Santa Voluntad de Dios, debemos entregarnos con alegría a convertirnos en el reflejo de este Corazón majestuoso.

Dirección:
Consuélate en los sufrimientos de las pruebas de tu consagración, con la esperanza del paraíso; aceptamos nuestras cruces con paciencia para que nuestros sufrimientos puedan ser meritorios. Para ganar el Cielo toda labor en la tierra es pequeña, sería poco sufrir todas las penas de la tierra por el disfrute de un solo momento en el Cielo.

Cuanto más debemos abrazar las cruces que Dios nos manda sabiendo que los cortos sufrimientos aquí, nos ganarán una felicidad eterna. No debemos sentir tristeza, sino consuelo de Espíritu cuando Dios nos manda las pruebas aquí abajo. Los que pasan a la eternidadcon lo s más grandes meritos, recibirán los más grandes premios. A cuenta de esto, Dios nos manda tribulación. Las virtudes, que son las fuentes del mérito, son practicadas solamente con hechos.

Los que tienen más frecuentes ocasiones de pruebas hacen más actos de paciencia; los que son insultados tienen mayores oportunidades de practicar humildad, benditas las almas que sufren aflicción con paz, pues ellas, por estos méritos recibirán la corona de la gloria. Ellas son las almas que ganarán el centro de la virtud y la corona de la pureza.
El triunfo del Inmaculado Corazón de María garantiza todos méritos del Cielo, porque verdaderamente traerá las pruebas para así ganar la gracia.

Meditación:
¡Oh Inmaculado Corazón de María!, ruego tener las fuerzas para sobrellavar las aflicciones con las cuales Dios probará mi amor. Que los méritos del Cielo permanezcan imbuidos en mi mente y que la llama del amor sagrado permita a mi alma alcanzar la gloria eterna. Envía tus ángeles, Madre querida, para proteger y cosechar este corazón consagrado. Me abandono a tu cuidado compasivo, solo deseo ser tu hijo. Guarda mi espíritu con tu manto de protección, ayúdame, Virgen Santísima a buscar ayuda y refugio en ti.

«Es verdad, me parece que los que sufrimos
en la vida presente no se puede comparar con la
gloria que ha de manifestarse después en nosotros»
(Romanos 8:18)