Vengan a este refugio para que yo también pueda tomarlos a cada uno de vosotros en mi vientre para convertirme en vuestra Madre y entonces seréis mi precioso hijo. Es aquí dentro de mi Inmaculado Corazón a donde yo os llamo».
Septiembre 9 de 1.993
Guía:
Dios le ha confiado a Nuestra Señora el mantenimiento, administración y distribución de todas las gracias del Cielo para que así todas sus gracias y regalos pasen a través de sus manos. Nuestra Señora regala a quien Ella desea, cuando Ella quiere, en la forma que Ella quiere, y tanto como quiere las gracias de Dios, las virtudes de su Hijo y los regalos del Espíritu Santo. Por naturaleza un hijo debe tener un padre y una madre. Esto es también cierto en el ámbito de la naturaleza divina. Un Hijo de Dios lo recibe a El como Padre y la Santísima Virgen le es entregada como Madre.
Como María le dio carne a Jesús, el Rey de los elegidos, así también Dios quiere convertirnos en hijo de esta Madre. Quien desee ser uno con Dios también tiene que recibirla a Ella como Madre por medio de la gracia, la cual Ella posee en su totalidad. Esto significa que Ella continúa pasando las gracias de Dios a todos sus hijos.
Como el Espíritu Santo es el esposo de Nuestra Señora, El trabaja en unión con Ella y para Ella. Su mas divino trabajo es el verbo Encarnado, Jesucristo. El Espíritu Santo continúa formando a los elegidos en Ella y por Ella en una forma divina y verdadera. Así como un hijo logra satisfacer todas sus necesidades por su madre, en la misma forma nosotros, sus hijos; obtenemos todas las gracias por Nuestra Sagrada Madre.
Dirección:
Debemos buscar todo nuestro refugio dentro de su Inmaculado Corazón; así entraremos en su vientre y nacemos de Ella hacia la misma luz de Cristo. Somos llevados por su cuidado al centro de esta luz para que nuestra senda hacia la santidad sea dirigida y guiada por su tierna protección maternal. En nuestra consagración le entregaremos a Ella nuestras inseguridades y debilidades y depositamos nuestra confianza dentro de su Inmaculado Corazón. Le debemos ofrecer a Ella nuestros corazones cada día y así Ella puede darnos su guía y alegría en cada obstáculo que encontremos.
Finalmente, debemos entregarnos a Ella en total abandono poniéndonos completamente a su servicio. A cambio Ella coloca todas nuestras obras a los pies de su Hijo.
Por lo tanto, «debemos lograr todo por el triunfo de Ella. Debemos defender su Gloria y sus privilegios cuando sean atacados, acercar todas las almas a su cuidado y levantar la voz contra aquellos que abusan de Ella, sin esperar ninguna recompensa por nuestros pequeños servicios, excepto pertenecer al Corazón de Nuestra Madre».
Meditación:
¡Oh Inmaculado Corazón de María!, te ofrezco la disposición de mi pequeño corazón. Enséñale la virtud y construye dentro de él un alma de pureza, de simplicidad y un espíritu infantil.
Dame la fortaleza, querida Madre, para convertirme en un campeón de tu triunfo; que no descanse ni un momento, ni ahorre un minuto de oración. Tómame en tu corazón, acaricia y cuida esta alma infantil como la tuya propia. Líbrame, Madre mía, de mi mismo!.
«¡Llévame! Corramos tras de ti»
(Cantar de los Cantares 1:3)