Imposible entrar en todos los detalles y además, no todas las almas tienen el mismo género de vida.
Al lado de almas marianas que deben santificarse en el mundo hay otras en los claustros que quieren aquilatar su vida religiosa con el fermento mariano de la Perfecta devoción y hay también, gracias a Dios, almas sacerdotales que a imitación de San Juan han tomado a la Virgen por herencia, la aman entrañablemente y quieren ser sus apóstoles de fuego practicando y predicando la Perfecta devoción. Para estos y los religiosos especialmente ha escrito el Padre Lombaerde su sabrosa obra El día con María.
Quisiéramos dar algunas indicaciones prácticas para los simples fieles, llevándolos como de la mano durante las principales acciones del día, enseñándoles así a pasar el día con María. Sólo hacemos sugerencias. El Espíritu Santo y María hablarán mejor al oído del alma fiel y le ensañaran sus caminos. La experiencia, por otra parte gran maestra, nos irá enseñando cada día mejor la práctica de nuestra total dependencia mariana. Por eso afirma San Luis María al empezar su Secreto «A medida que lo vayas poniendo en práctica comprenderás su precio y excelencia que, al principio, por la multitud y gravedad de los pecados y aficiones secretas que te atan, solo imperfectamente conocerá». Recomendamos el delicado opúsculo del R. P. M. Sánchez Gil, S. J, «Como rezar y vivir con la Virgen» del que hemos tomado algunas de las ideas para esta sección.
¿Cómo levantaRse con María?
Al despertar inmediatamente elevar el espíritu y el corazón a María con la jaculatoria propia del esclavo: «¡Reina y Madre mía, soy todo vuestro y cuanto tengo vuestro es!».
De un solo salto levantarse pronta y varonilmente. Nada de pereza. ¡Por María!. El primer sacrificio de mi nuevo día lo haré por la Virgen para probarle lo efectivo de mi amor y dependencia.
Vestirse modestamente. ¿No sabes que tu cuerpo es templo del Espíritu Santo y propiedad de la Inmaculada Virgen?, lavarse y asearse no por vanidad sino porque así conviene a quien está al servicio de la Reina de la pureza; ocupa, entre tanto, tu espíritu en santos pensamientos. Exhala tu alma en fervorosas jaculatorias.
Este primer impulso hacia María, impreso al alma desde los primeros instantes del día, tiene una influencia decisiva en el resto de la jornada. Las almas marianas lo saben muy bien y por ello jamás lo descuidan. Si mi tiempo es de María, para Ella también las primicias del amanecer.
¿Cómo oír la Santa Misa con María?
Participaré en la santa Misa con María al pie de la cruz, ofreciéndola con la Virgen. Sea cual fuere el método que se siga, lo que importa es que María tenga aquí el lugar que tuvo en el Calvario.
Teniéndose en cuenta que el momento mas grande de gestación y ofrecimiento de Jesús; en el cuerpo místico; es el momento de la comunión. Al momento de esta invocaremos a la Santísima Virgen de la siguiente manera: «Mama María, ven a recibir a tu Hijo Jesús en mí, seas Tú amándolo en mí; seas Tú haciéndolo crecer en mí, seas Tú protegiéndolo en mí, seas Tú recibiéndolo en mí».
¿Cómo Visitar al Santísimo con María?
Jesús está en nuestros tabernáculos día y noche para orar por nosotros y recibir nuestras plegarias. Vamos a visitarlo. Es el mismo Jesús que adoraron los pastores y los Magos de Belén. Lo hallaron con María su Madre. Ante estos primeros adoradores Ella lo levantó y lo presentó como una custodia viviente. Busquémoslo también con Ella y en Ella.
Como en Belén, la Virgen acepta nuestras ofrendas y se alegra de que le demos nuestro corazón. Con María adoremos, agradezcamos, reparemos y pidamos a Jesús.
Que Ella nos ayude a contarle nuestras alegrías, nuestras penas, nuestras esperanzas, nuestras decepciones. Que Ella nos alcance luz, consuelo y fortaleza.
¡Oh Jesús viviente en María, ven y vive en tus esclavos de amor!.
Arrodillémonos con María ante el Sagrario, como Ella se arrodilló ante el Pesebre y ante el Sagrario en silenciosa y profunda adoración ante su Hijo y ante su Dios. María toda se perdía en Jesús.
Una corriente de gracia inunda el Corazón de Jesús Hostia y el Corazón de María adoradora. Eran dos llamas confundidas en una sola hoguera de amor. Dios era entonces perfectamente adorado por su Criatura.
¿Cómo cumplir el deber con María?
El propio deber de estado es para cada cual la expresión de la voluntad de María toda identificada con Dios. No podemos suprimir nuestras obligaciones y escoger otras a nuestro acomodo. No podemos hacer primero nuestros deberes caprichos y luego, como a la fuerza, nuestros deberes cotidianos. Se trata de cumplir con María y como Ella nuestras diarias ocupaciones resumidas todas en el deber de estado.
Fueron oficios humildes los que llenaron la vida de la Virgen.
Ella en efecto recitó oraciones y entonó salmos. Se ocupó ciertamente en barrer el piso y arreglar la casita de Nazaret. Tuvo que moler el grano, revolver la masa, cocer el pan, lavar y arreglar los vestidos, ir por agua a la fuente y mil otras ocupaciones propias de la madre de una familia obrera.
¿Pero con qué perfección hizo todo aquello?. Con la mirada de examen de que nos habla San Luis María descubriremos la manera de hacer extraordinariamente nuestras acciones ordinarias como la Virgen, a quien repetiremos amorosamente al principio y durante la acción:
«Madre mía, por ti este trabajo, para ti esta lectura, contigo este recreo, por ti este estudio, contigo esta plegaria….». ¡Qué fácil para el alma resulta el deber cotidiano, cuando todas las acciones por humildes que sean se realizan bajo la mirada amorosa de nuestra Madre celestial!. Entonces podemos decir que la Virgen, en nosotros y por nosotros, trabaja, ora estudia, lee, se recrea, habla… y todo ello para que Jesús sea más conocido y más amado por mí y por mis prójimos.
¿Cómo rezar con María?
María, dice San Luis María de Montfort, será nuestro universal suplemento. Ella, pues, ayudará y suplirá nuestra incapacidad en la oración en que nuestra nada se pierde en la inmensidad de Dios.
Si nos anonadamos espiritualmente y nos empequeñecemos en la oración para orar por María y con María, será Ella quien rezará en nosotros y por nosotros.
Una madre reclinada sobre la cuna reza con su hijo porque el hijo no sabe rezar. Dicta una o dos palabras y el pequeño las repite apropiándose con la palabra del corazón de su madre. Si el pequeño no sabe rezar la madre le repite y aprende a rezar. La madre dirige la plegaria de su hijo.
Nosotros, niños ante Dios, llamemos a María, nuestra Madre Celestial, repitamos sus palabras, copiemos sus afectos y de este modo, nuestra pobre oración se perderá en la sublime oración de María.
Recemos un Padre Nuestro al dictado de María y entonces lo rearemos pausadamente, «con modestia, atención y devoción».
Nuestra plegaria con María será una plegaria fervorosa porque no será nuestra plegaria sino la plegaria de María en nosotros y será por lo mismo «elevada y muy digna de Dios».
De esta manera nuestra oración vocal será una sublime comunicación con Dios, grata y acepta a su divina Majestad.
Rezará en nosotros el Corazón de María en el que nos habremos perdido. Así lo experimentó una alma mariana, Dina Belanger quien afirma: «Muchas veces durante la acción de gracias de la Comunión hablaba María por mí y yo no tenía que hacer sino escucharla y unirme a Ella, contemplar a mi Salvador y amarle».
Importa, pues, reducirnos espiritualmente a la condición de niños, ponernos junto, mejor, dentro de la Virgen, prestarle nuestros labios, nuestros sentidos, nuestro corazón para que Ella y no nosotros engrandezca y magnifique al Señor. La sentiremos rezar con nosotros.
Nuestra plegaria fundida con la suya será la plegaria única de la Virgen rezando en nosotros. Es la madre que ejerce su función maternal con su hijo perdido en su seno espiritual, en su Inmaculado Corazón.
¿Cómo examinarse con María?
Cuanto aquí decimos se refiere también a la Confesión.
Dos aspectos debemos tener en cuenta:
- Considerar y reflexionar sobre nuestro pasado.
- Arrepentirse y enmendarse para lo porvenir.
1º - Para descubrir nuestras fealdades y faltas necesitamos la
luz de la Inmaculada. Ella proyectará su luz sobre nuestras sombras.
Si examinamos con sus ojos virginales nuestras acciones, deseos, pensamientos y palabras, tendremos una visión exacta de nuestra miseria y pequeñez. Nos humillaremos si nos miramos con sus ojos misericordiosos y puros. Nos sentiremos filialmente avergonzados y santamente estimulados. Con María dolorosa lloraremos mejor nuestros pecados.
2º - La Virgen lloró en el Calvario, en la Sallete nuestras numerosas y graves caídas. En Fátima mostró su Corazón dolorido por las ingratitudes humanas. Nos perdona pero quiere que enmendemos nuestra vida pecaminosa, que seamos de veras de la raza de la Inmaculada porque desea y busca nuestra santificación más que nosotros mismos.
Si examinamos con sus ojos virginales nuestras acciones, deseos, pensamientos y palabras, tendremos una visión exacta de nuestra miseria y pequeñez. Nos humillaremos si nos miramos con sus ojos misericordiosos y puros. Nos sentiremos filialmente avergonzados y santamente estimulados. Con María dolorosa lloraremos mejor nuestros pecados.
2º - La Virgen lloró en el Calvario, en la Sallete nuestras numerosas y graves caídas. En Fátima mostró su Corazón dolorido por las ingratitudes humanas. Nos perdona pero quiere que enmendemos nuestra vida pecaminosa, que seamos de veras de la raza de la Inmaculada porque desea y busca nuestra santificación más que nosotros mismos.
Lo más importante en nuestro examen y en nuestra confesión es el dolor y el firme propósito. Que la Virgen llore por nosotros y en nosotros, que al calor de su gracia brote la generosa resolución de ser mejores. Sólo así de nuestro examen y de nuestra confesión saldrá el alma nueva, purificada y rejuvenecida por el dolor de María.
¿Cómo penar y sufrir con María?
Las enfermedades, los disgustos, las sequedades en la oración, los contratiempos, las oposiciones, las calumnias… y otras tantas penas que conocemos como pruebas de Dios nos viene, permitidas por El, para nuestro mayor bien. Todo redunda en bien de los que aman a Dios, dice San Pablo. Todo aún la maldad de los hombres. Si ello debe contribuir a nuestro adelanto, es una gracia y si es una gracia, es la Mediadora de todas las gracias quien nos la ha obtenido con miras de amor maternal.
Por eso, como sus fieles esclavos de amor debemos someternos con resignación, con alegría, con gratitud.
Ella misma en su vida tropezó con tantas, tan duras y desconcertantes pruebas. La obligación de casarse a pesar de su voto de virginidad, su maternidad milagrosa, causa de tantas angustias para San José, el rechazo de Belén, la huída a Egipto, las contradicciones, las persecuciones de la vida pública, la Pasión y Muerte de Jesús
En nuestra vida hay tristezas que provienen de la acción de los hombres.
Vamos pronto a María.
Es tan dulce llorar junto a la Madre dolorosa. Jesús mismo ¿no sufrió calumnias y persecuciones que venían de la maldad de los hombres?. El Hijo y la Madre adoran los amorosos designios de la Providencia que permite esto. Olvidemos a los hombres junto a María, dichosos de parecernos en algo a nuestra Madre.
Hay otras tristezas: el amor propio herido, deseos insatisfechos, negativas, fracasos… nos duelen, nos abaten. Acudamos a María.
Contémosle sencillamente nuestras amarguras, y Ella nos hará comprender que nos dolemos no tanto por Jesús o por Ella cuanto por nuestro egoísmo humillado. Bien está, digámosle, Madre que me hayas humillado.
Y ¿qué decir de las tristezas provocadas por idea del desaliento, inquietudes de conciencia, melancolía, cansancio, amarguras…?
La amargura del cáliz de Jesús se halla repartida en nuestra vida muy dosificada y de ordinario muy rebajada. Con todo ¡cuánto nos cuesta pasar una gota sola del cáliz amargo de Jesús!.
Por Ella, con Ella y como Ella aceptamos y suframos. O mejor todavía: que sufra Ella en nosotros como Madre espiritual de nuestras almas. La Virgen Madre tiene que sufrir en nosotros. Dichosa verdad que nos infunde valor para pronunciar con Ella y como Ella el Fiat de nuestro dolor resignado.
¿Cómo compartir las alegrías con María?
Una alegría compartida, una alegría centuplicada. La paz con Dios es patrimonio de las almas buenas. «Servid al Señor con alegría».
«Alegraos en el Señor, lo repito. Alegraos en el Señor». Esta doble recomendación de San Pablo es más verdadera para las almas marianas que viven bajo la mirada de María, causa de nuestra alegría. Respiran por lo mismo una atmósfera de serenidad y de contento.
Ofrecidas a María nuestras alegrías se purificaran e intensifican.
Son puras porque están libres de todo egoísmo y amor propio. Compartida con María mi alegría, es pura: si he aceptado es María quien ha aceptado en mí. ¡Gracias, Dios mío! ¡Gracias, Madre mía!. Por la misma razón mis alegrías se intensifican: no hay egoísmo y las comparto con mi Reina, toda alegría intensa necesita comunicarse.
El niño que ha recibido un premio, un regalo necesita mostrarlo a todos a cuantos halla. En nuestras grandes alegrías nos volvemos niños y queremos compartirlas con todos. Compartámosla también con María y nuestras alegrías ganarán en dulzura y en pureza.
¿Cómo consultar a María?
Hablemos a María ingenuamente como Jesús hablaba a la Virgen de todo cuanto le interesaba. ¡Qué delicioso dialogar entre Jesús y María sobre cuanto hacían, veían y oían!.
Jesús hablaba a María del manejo de la casa de Nazaret, del trigo que Ella molía, de la levadura que vería en la masa, de los vestidos que arreglaba, de los trabajos y fatigas de San José…
A veces le hablaba del gozo de la vecina que había encontrado la dracma perdida, de los pajaritos del campo, de las flores de los prados, de los lobos que el buen pastor ponía en fuga con peligro de su vida, de la gallina que cubría a sus polluelos
¡Qué dulce el cambio de ideas entre Jesús y María!.
Como Jesús comuniquemos a María todo cuanto nos interesa a lo largo del día: nuestras ocupaciones…, las personas que vemos…, nuestro estado físico…, sobre todo nuestro estado del alma, los pensamientos que nos ocurren al ir y venir… nuestras mismas distracciones.
Estas son reflexiones que a veces nos llevan muy lejos. Si en vez de hacérnoslas a nosotros mismos, las hacemos a María, Ella nos mantendrá atentos al deber presente.
San Luis María nos dice que esta comunicación se hace con una ojeada rápida del espíritu, de manera natural. No necesitamos fórmulas, bastan palabras familiares, intersecciones, muchas veces una simple mirada. ¡Es tan fácil a un hijo hacerse entender de su madre!.
¿Cómo seguir las inspiraciones de María?
María nos deja oír su voz en el fondo del alma por las inspiraciones de su gracia. No debemos tomar como inspiraciones todos los pensamientos de hacer una buena acción, pueden venir de otra parte.
Generalmente, la dificultad no está en reconocer sino en seguir prontamente las inspiraciones de la gracia. Esa voz interior pide un sacrificio. No estamos obligados a seguir el llamamiento; la inspiración nos invita, no nos impone; es María invitándonos a amar más y mejor a Jesús; sepamos como Ella decir SI a lo que nos pide.
A veces decimos esta palabra y la felicidad es nuestra recompensa.
A veces pasamos de largo y hemos perdido ocasión de agradar a nuestra Madre.
A veces sostenemos una larga lucha: habla María, habla la gracia con voz dulce, suplicante, imperiosa, - SI es la voz de María - y quiere oírla también de nuestros labios. No resistamos.
¡SI Madre. Por Vos todo lo que queráis aunque cueste!.
¿Cómo luchar con María?
Las tentaciones diarias son una molesta cruz, pero son una ocasión de mostrar nuestro amor a Dios. ¡Cuánto nos alentará pensar que es María quien, luchando por nosotros y con nosotros añade un episodio más a la guerra que adelanta contra el demonio!. Ella es la Virgen victoriosa en todas las batallas de Dios, es la Mujer aplastando en su raza la cabeza del Dragón. Cada cristiano debe aquí también completar -como diría San Pablo- lo que falta a la victoria de Jesús y de María. Nuestra pelea es continuación de su guerra.
¡Qué consoladora y alentadora idea: la guerra con que el demonio nos asedia, es un ataque a la Virgen en sus hijos!. Esta de por medio el honor, la victoria, la pureza de María -no la suya propia- pero si la de sus hijos. Diré, pues, a la Virgen: Da mihi virtutem contra hostes tuos. Dame fuerza contra tus enemigos.
Defenderemos en nosotros SU gracia: nuestra es la Omnipotencia suplicante de María. ¿Quién no siente redobladas sus fuerzas combatiendo con María?. Suyo es el combate, la victoria es suya. Luchando en nosotros, por nosotros, con nosotros la Virgen consigue una victoria más en la serie interminable de combates para llevar a la humanidad a Dios. No estamos solos.
Marianizando nuestra lucha multiplicamos el esfuerzo y centuplicamos el ardor.
Para que os ame, os sirva y os invoque siempre en la tentación ¡venid a mi socorro, oh Madre de bondad!.
¿Cómo rezar a María?
En el Ave, en el Rosario, en nuestras plegarias dirigidas a la Reina, nuestra piedad mariana imitará la actitud, la modestia, el fervor de la Virgen, procurando contemplar y compartir con María los sentimientos de cada actitud, de cada misterio de la Madre y del Hijo.
Procuremos sobre todo imitar las virtudes que nuestros divinos modelos nos han dado.
Pero sobre todo aquí nos unimos a Jesús para alabar y honrar dignamente a su Madre. «Me uno a todos los santos que hay en el cielos, a todos los justos que hay en la tierra, a todas las almas fieles que hay en este sitio; me uno a Vos, Jesús mío, para alabar dignamente a vuestra Santísima Madre y alabaros en Ella y por Ella». ¡Que hermoso preámbulo éste de San Luis María al empezar el Santo Rosario!.
Nos dirigimos a María como hijos. Nuestra piedad filial debe, por tanto, ser la piedad del Hijo de María, Jesús que se incorpora a nosotros para honrar a su Madre, o mejor, que nos incorpora a su Cuerpo místico, que es el que reza cuando reza a la Virgen; Jesús en nosotros. La alabanza viene de todos los predestinados: Jesús, los santos del cielo, las almas fieles de la tierra, como dice Montfort.
Jesús y los redimidos con su gracia forman la gran familia que reza a la Madre. Qué hermosa realidad. Rezo a la Virgen, no yo sino Cristo reza en mí. Porque cuando el cristiano en gracia obra es Jesús quien obra en él. La piedad filial de Cristo, dependiente en todos sus misterios de María, obrará en nosotros llamados a reproducir al Hijo de la Virgen: somos la continuación aquí debajo de la piedad mariana de Jesús. «En honor y unión de la sumisión que a Sabiduría encarnada quiso observar para con vuestra maternidad», hemos dicho a María en nuestra fórmula de Consagración. Jesús, pues, nos inspira el amor a su Madre. ¡Consoladora y sublime doctrina!. Contemplamos aquí también, en cierto modo, lo que falta a la piedad mariana de Jesús. Al rezar el Rosario Jesús en nosotros perpetúa su ternura filial con María.
Es el Cuerpo místico, en acto de piedad filial con la Madre de Cristo total.
«A Jesús por María» es la síntesis de todo nuestro marianismo. «¡A María por Jesús» es vivir plenamente todo nuestro cristianismo.
Vida cristiana, no lo olvidemos, es vida mariana.
Nuestros saludos a María serán celestiales y divinos: Jesús habla en nosotros y por nosotros. Oración gratísima a María. Antes nos perdíamos en María para dirigirnos a Jesús. Ahora nos perdemos en Jesús para alabarla dignamente. Es toda la Iglesia la que ora en nosotros: nuestra oración será omnipotente.
El Rosario rezado, contemplado y meditado con Jesús es una oración sublime al alcance de todos en cualquier lugar y en cualquier momento. Recémosle a la Virgen al dictado de Jesús, quien compuso el saludo que el ángel no hizo mas que repetir. Aprenderemos la lección sublime de Jesús: «Ejemplo os he dado para que de hecho así hagáis vosotros». Como me sometí a María así hagáis vosotros en honor y unión de mi sumisión para con Ella.
¿Cómo compartir las alegrías con María?
Una alegría compartida, una alegría centuplicada. La paz con Dios es patrimonio de las almas buenas. «Servid al Señor con alegría».
«Alegraos en el Señor, lo repito. Alegraos en el Señor». Esta doble recomendación de San Pablo es más verdadera para las almas marianas que viven bajo la mirada de María, causa de nuestra alegría. Respiran por lo mismo una atmósfera de serenidad y de contento.
Ofrecidas a María nuestras alegrías se purificaran e intensifican.
Son puras porque están libres de todo egoísmo y amor propio. Compartida con María mi alegría, es pura: si he aceptado es María quien ha aceptado en mí. ¡Gracias, Dios mío! ¡Gracias, Madre mía!. Por la misma razón mis alegrías se intensifican: no hay egoísmo y las comparto con mi Reina, toda alegría intensa necesita comunicarse.
El niño que ha recibido un premio, un regalo necesita mostrarlo a todos a cuantos halla. En nuestras grandes alegrías nos volvemos niños y queremos compartirlas con todos. Compartámosla también con María y nuestras alegrías ganarán en dulzura y en pureza.
¿Cómo consultar a María?
Hablemos a María ingenuamente como Jesús hablaba a la Virgen de todo cuanto le interesaba. ¡Qué delicioso dialogar entre Jesús y María sobre cuanto hacían, veían y oían!.
Jesús hablaba a María del manejo de la casa de Nazaret, del trigo que Ella molía, de la levadura que vería en la masa, de los vestidos que arreglaba, de los trabajos y fatigas de San José…
A veces le hablaba del gozo de la vecina que había encontrado la dracma perdida, de los pajaritos del campo, de las flores de los prados, de los lobos que el buen pastor ponía en fuga con peligro de su vida, de la gallina que cubría a sus polluelos
¡Qué dulce el cambio de ideas entre Jesús y María!.
Como Jesús comuniquemos a María todo cuanto nos interesa a lo largo del día: nuestras ocupaciones…, las personas que vemos…, nuestro estado físico…, sobre todo nuestro estado del alma, los pensamientos que nos ocurren al ir y venir… nuestras mismas distracciones.
Estas son reflexiones que a veces nos llevan muy lejos. Si en vez de hacérnoslas a nosotros mismos, las hacemos a María, Ella nos mantendrá atentos al deber presente.
San Luis María nos dice que esta comunicación se hace con una ojeada rápida del espíritu, de manera natural. No necesitamos fórmulas, bastan palabras familiares, intersecciones, muchas veces una simple mirada. ¡Es tan fácil a un hijo hacerse entender de su madre!.
¿Cómo seguir las inspiraciones de María?
María nos deja oír su voz en el fondo del alma por las inspiraciones de su gracia. No debemos tomar como inspiraciones todos los pensamientos de hacer una buena acción, pueden venir de otra parte.
Generalmente, la dificultad no está en reconocer sino en seguir prontamente las inspiraciones de la gracia. Esa voz interior pide un sacrificio. No estamos obligados a seguir el llamamiento; la inspiración nos invita, no nos impone; es María invitándonos a amar más y mejor a Jesús; sepamos como Ella decir SI a lo que nos pide.
A veces decimos esta palabra y la felicidad es nuestra recompensa.
A veces pasamos de largo y hemos perdido ocasión de agradar a nuestra Madre.
A veces sostenemos una larga lucha: habla María, habla la gracia con voz dulce, suplicante, imperiosa, - SI es la voz de María - y quiere oírla también de nuestros labios. No resistamos.
¡SI Madre. Por Vos todo lo que queráis aunque cueste!.
¿Cómo luchar con María?
Las tentaciones diarias son una molesta cruz, pero son una ocasión de mostrar nuestro amor a Dios. ¡Cuánto nos alentará pensar que es María quien, luchando por nosotros y con nosotros añade un episodio más a la guerra que adelanta contra el demonio!. Ella es la Virgen victoriosa en todas las batallas de Dios, es la Mujer aplastando en su raza la cabeza del Dragón. Cada cristiano debe aquí también completar -como diría San Pablo- lo que falta a la victoria de Jesús y de María. Nuestra pelea es continuación de su guerra.
¡Qué consoladora y alentadora idea: la guerra con que el demonio nos asedia, es un ataque a la Virgen en sus hijos!. Esta de por medio el honor, la victoria, la pureza de María -no la suya propia- pero si la de sus hijos. Diré, pues, a la Virgen: Da mihi virtutem contra hostes tuos. Dame fuerza contra tus enemigos.
Defenderemos en nosotros SU gracia: nuestra es la Omnipotencia suplicante de María. ¿Quién no siente redobladas sus fuerzas combatiendo con María?. Suyo es el combate, la victoria es suya. Luchando en nosotros, por nosotros, con nosotros la Virgen consigue una victoria más en la serie interminable de combates para llevar a la humanidad a Dios. No estamos solos.
Marianizando nuestra lucha multiplicamos el esfuerzo y centuplicamos el ardor.
Para que os ame, os sirva y os invoque siempre en la tentación ¡venid a mi socorro, oh Madre de bondad!.
¿Cómo rezar a María?
En el Ave, en el Rosario, en nuestras plegarias dirigidas a la Reina, nuestra piedad mariana imitará la actitud, la modestia, el fervor de la Virgen, procurando contemplar y compartir con María los sentimientos de cada actitud, de cada misterio de la Madre y del Hijo.
Procuremos sobre todo imitar las virtudes que nuestros divinos modelos nos han dado.
Pero sobre todo aquí nos unimos a Jesús para alabar y honrar dignamente a su Madre. «Me uno a todos los santos que hay en el cielos, a todos los justos que hay en la tierra, a todas las almas fieles que hay en este sitio; me uno a Vos, Jesús mío, para alabar dignamente a vuestra Santísima Madre y alabaros en Ella y por Ella». ¡Que hermoso preámbulo éste de San Luis María al empezar el Santo Rosario!.
Nos dirigimos a María como hijos. Nuestra piedad filial debe, por tanto, ser la piedad del Hijo de María, Jesús que se incorpora a nosotros para honrar a su Madre, o mejor, que nos incorpora a su Cuerpo místico, que es el que reza cuando reza a la Virgen; Jesús en nosotros. La alabanza viene de todos los predestinados: Jesús, los santos del cielo, las almas fieles de la tierra, como dice Montfort.
Jesús y los redimidos con su gracia forman la gran familia que reza a la Madre. Qué hermosa realidad. Rezo a la Virgen, no yo sino Cristo reza en mí. Porque cuando el cristiano en gracia obra es Jesús quien obra en él. La piedad filial de Cristo, dependiente en todos sus misterios de María, obrará en nosotros llamados a reproducir al Hijo de la Virgen: somos la continuación aquí debajo de la piedad mariana de Jesús. «En honor y unión de la sumisión que a Sabiduría encarnada quiso observar para con vuestra maternidad», hemos dicho a María en nuestra fórmula de Consagración. Jesús, pues, nos inspira el amor a su Madre. ¡Consoladora y sublime doctrina!. Contemplamos aquí también, en cierto modo, lo que falta a la piedad mariana de Jesús. Al rezar el Rosario Jesús en nosotros perpetúa su ternura filial con María.
Es el Cuerpo místico, en acto de piedad filial con la Madre de Cristo total.
«A Jesús por María» es la síntesis de todo nuestro marianismo. «¡A María por Jesús» es vivir plenamente todo nuestro cristianismo.
Vida cristiana, no lo olvidemos, es vida mariana.
Nuestros saludos a María serán celestiales y divinos: Jesús habla en nosotros y por nosotros. Oración gratísima a María. Antes nos perdíamos en María para dirigirnos a Jesús. Ahora nos perdemos en Jesús para alabarla dignamente. Es toda la Iglesia la que ora en nosotros: nuestra oración será omnipotente.
El Rosario rezado, contemplado y meditado con Jesús es una oración sublime al alcance de todos en cualquier lugar y en cualquier momento. Recémosle a la Virgen al dictado de Jesús, quien compuso el saludo que el ángel no hizo mas que repetir. Aprenderemos la lección sublime de Jesús: «Ejemplo os he dado para que de hecho así hagáis vosotros». Como me sometí a María así hagáis vosotros en honor y unión de mi sumisión para con Ella.