Discurso 2 Punto 2--María tesorera de las Gracias


PUNTO 2º
1. María recibió todo don y supo responder enseguida a la gracia
No es una simple opinión, dice el P. La Colombière, sino el común sentir, que la santa niña, al recibir la gracia santificante en el seno de su madre santa Ana, recibió al mismo tiempo, la gracia de la ciencia infusa, que es una luz divina correspondiente a toda la gracia de que fue enriquecida. Así que bien podemos creer que desde el primer instante en que su alma se unió a su cuerpo, ella quedó iluminada con todas las luces de la divina sabiduría con que conoció la verdad eterna, la belleza de la virtud, y sobre todo, la infinita bondad de su Dios y cuánto merecía ser amado de todos, pero especialmente por ella por razón de los especialísimos privilegios con que el Señor la había dotado, distinguiéndola sobre todas las criaturas, preservándola de la mancha del pecado original, dándole gracias tan inmensas, y destinándola para Madre del Verbo y reina del universo.

Porque, desde el primer momento María, llena de gratitud para con su Dios, comenzó presurosamente a trabajar negociando fielmente con aquel gran capital de gracia de que se veía dotada. Dedicándose a complacer y amar la divina bondad,desde aquel instante la amó con todas sus fuerzas, y así continuó amándolo durante los nueve meses que precedieron a su nacimiento, en los que no cesó ni por un momento de unirse siempre más a Dios con actos fervientes de amor. Ella estaba exenta de la culpa original, por lo que estaba libre de todo afecto terreno, de cualquier movimiento desordenado, de cualquier distracción, de cualquier obstáculo que le hubieran podido oponer sus sentidos en su constante progreso en el divino amor. Todos sus sentidos estaban perfectamente de acuerdo con su alma santa en correr hacia Dios; de modo que, libre de todo impedimento, sin detenerse jamás, volaba hacia Dios, amándolo siempre y siempre creciendo en su amor. Por eso ella se llamó plátano plantado junto a la corriente. Ella dice: “Como plátano me he elevado” (Ecclo 24, 14).

Ella es la planta elegida por Dios que siempre se elevó junto a la corriente de la gracia divina. Por eso de modo semejante se llamó vid: “Como la vida he hecho germinar la gracia y mis flores son fruto de gloria y de riqueza” (Ecclo 24, 17); no sólo porque fue tan humilde a los ojos del mundo, sino porque progresó siempre en el amor, como crece indefinidamente la vid.

Los demás árboles, como el naranjo, el peral y la morera, se desarrollan hasta determinada altura, al paso que la vid crece siempre sin límite. Así la Virgen siempre creció en la perfección. “Dios te salve, vid siempre llena de verdor”; así la saluda san Gregorio Taumaturgo. Siempre estuvo unida a su Dios que era su único apoyo. De ella habló el Espíritu Santo cuando dijo: “¿Quién es ésta que sube del desierto, apoyada en su amado?” (Ct 8, 5). “Esta es –comenta san Ambrosio–la que sube para adherirse al Verbo de Dios como sube la vid apoyada al árbol”.



2. María creció en gracia prodigiosamente Dicen muchos y graves teólogos que quien posee el hábito de una virtud, siempre que corresponde fielmente a la gracia actual que de Dios recibe, produce un acto de igual intensidad al hábito de virtud que ya posee; de modo que cada vez adquiere un nuevo merecimiento igual al cúmulo de todos los méritos antes adquiridos.

Este acrecentamiento, como dicen, ya fue concedido a los ángeles en su primer estado; y si fue concedido a los ángeles ¿quién podrá negar este don a la Madre de Dios mientras vivió en la tierra, y por tanto en el tiempo que vivió en el seno de su madre, en el que fue incomparablemente más fiel que los ángeles en corresponder a la gracia?
María a cada momento doblaba aquella sublime gracia que poseyó desde el primer instante pues correspondía con toda su alma perfecta y en todo acto que hacía, redoblaba sus merecimientos... Multiplicad por un día, multiplicad por nueve meses, y considerad qué tesoros de gracias, de méritos y de santidad trajo María al mundo en su Natividad.

Alegrémonos por tanto con nuestra preciosa niña que nació tan santa, tan amada por Dios, tan llena de gracia. Y alegrémonos, no sólo por ella, sino también por nosotros; porque ella vino al mundo llena de gracia, no sólo para su provecho y gloria, sino para nuestro bien.

Considera santo Tomás en el Opúsculo octavo, que la Santísima Virgen estuvo llena de gracia de tres modos.
Primero, estuvo llena de gracia en su alma porque desde el principio su alma hermosísima fue toda de Dios.
Lo segundo, porque estuvo llena de gracia en su cuerpo, ya que mereció dar su purísima carne al Verbo eterno.
 Lo tercero, porque estuvo llena de gracia para provecho de todos, pues así todos los hombres podrían participar de la gracia.

Algunos santos, añade el Angélico, poseen tanta gracia, que no sólo basta para salvarse ellos, sino que alcanza para salvar a muchos otros, pero no para salvarlos a todos. Sólo a Jesucristo y a María se les concedió tal cúmulo de gracia que bastara para salvar a  todos. “Lo máximo sería que alguno tuviera tanta gracia que bastara para la salvación de todo; y esto es lo que ha sucedido con Jesús y con la Santísima Virgen”. Así lo enseña santo Tomás.

Lo que dice san Juan (1, 16): “De su plenitud todos hemos recibido”, lo mismo dicen los santos de María. Santo Tomás de Villanueva le dice: “Llena de gracia, de cuya plenitud participan todos”. De forma, dice san Anselmo, que no hay quien no participe de la gracia de María. ¿Dónde hay en el mundo alguien con quien María no sea benigna y no le dispense su misericordia?


3. María es tesorera de las gracias De Jesús, claro está, recibimos la gracia como autor de ella, y de María como medianera; de Jesús como Salvador, de María como abogada; de Jesús como fuente de la gracia, de María como su canal.

Dice san Bernardo que Dios constituyó a María cual acueducto de las misericordias que quería otorgar a los hombres; por ello la llenó de gracias, para que de su plenitud se comunicara a cada uno su parte.
 Por eso el santo exhorta a considerar con cuánto amor quiere Dios que amemos a esta Virgen excepcional, pues en ella ha colocado todos los tesoros de sus bienes, y así, cuanto tengamos de esperanza, de gracia y de salvación, todo se lo agradezcamos a nuestra muy amada reina pues todo nos viene de sus manos y por su intercesión.
Estas son sus bellas palabras: “Mirad con qué afecto y devoción desea que la honremos, el que puso toda la plenitud de los bienes en María, pues todo lo que en nosotros hay de gracia y salvación, comprendamos que de ella nos viene”.

¡Infeliz el que cierra para sí este canal de la gracia al no encomendarse a María! Olofernes, cuando quiso apoderarse de la ciudad de Betulia, mandó ocupar los acueductos de la ciudad (Jdt 7, 7). Esto hace el demonio cuando intenta apoderarse de un alma: le hace abandonar la devoción a María santísima. Cerrado este canal, ella perderá fácilmente la luz, el temor de Dios, y al fin, la salvación eterna.

Léase el siguiente ejemplo en el que se verá lo grande que es la piedad del
corazón de María, y la ruina que atrae sobre sí el que ciega este canal al abandonar la devoción a esta reina del cielo.

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EJEMPLO
Favor de María hacia el joven Eskil
Un noble joven llamado Eskil, fue mandado por su padre a estudiar a Hildeseim, ciudad de la Baja Sajonia; pero él se dio a una vida licenciosa y rota.
Cayendo gravemente enfermo, a los pocos días estaba a las puertas de la muerte.

Viéndose al cabo de la vida tuvo una visión: Se vio en un horno de fuego; creía estar en el infierno, pero impensadamente pudo salir de él y se encontró en un palacio; al entrar en un gran salón vio a la Santísima Virgen que le dijo: “¿Cómo has tenido valor para presentarte en mi presencia? Sal de aquí y vete al fuego del infierno que tienes bien merecido”.

El joven imploró la misericordia de la Virgen, y vuelto a unas personas que se hallaban en el salón les rogó que unieran sus oraciones a las de él.

Así lo hicieron, pero la Santísima Virgen les dijo: “¿Ignoráis la vida licenciosa que ha llevado sin haberse dignado siquiera rezar una Ave María?”

Los abogados le dijeron:
“Señora, ya cambiará de vida”. A lo que el joven añadió: “Prometo enmendarme de veras y seré tu fiel y leal servidor”.

Mitigando entonces la Virgen su severidad, le contestó: “Está bien, acepto tu promesa, séme fiel, recibe mi bendición, para que te veas libre de morir en pecado y del infierno”. Dicho esto, desapareció la visión.

Volviendo Eskil de su visión, refirió a los demás la gracia que de María había recibido.
Desde entonces comenzó a llevar una vida santa, alimentando siempre en su corazón un grande y tierno amor a María. Más tarde fue nombrado arzobispo de Luna, en Dinamarca, donde convirtió a muchos infieles.
Ya mayor, renunció a la mitra y se hizo monje de Claraval donde vivió cuatro años más, al cabo de los cuales murió con la muerte de los justos. Algunos autores lo cuentan entre los santos del Cister.

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ORACIÓN CONFIADA PARA PEDIR LA PROPIA CONVERSIÓN
¡Santa y celestial niña!
Tú que eres la elegida por Madre de mi Redentor
y la augusta medianera de los pobres pecadores,
ten piedad de mí.

Mira postrado a tus pies a otro ingrato,
que a ti recurre en demanda de piedad.

Verdad es que por mis ingratitudes
contra Dios y contra ti,
merecía ser de Dios y de ti desamparado;
pero oigo decir y así lo siento,
sabiendo que es inmensa tu misericordia,
que no te niegas a ayudar
al que a ti se encomienda confiado.

Tú eres la criatura más excelsa del mundo,
pues sobre ti sólo está Dios,
y ante ti, son pequeños
los más encumbrados de los cielos;
María, la más santa entre los santos,
abismo de gracias y llena de gracia,
socorre a un miserable
que la ha perdido por su culpa.

Yo sé que eres tan amada de Dios,
que él nada te puede negar.
Y sé también que disfrutas
empleando toda tu grandeza
en aliviar a miserables pecadores.

Hazme ver, Señora,
el gran poder que tienes ante Dios
consiguiéndome una luz
y una llama divina tan potente,
que me transforme de pecador en santo,
y que, arrancándome de todo afecto terreno,
me inflame del todo en el divino amor.

Señora, hazlo, por amor de ese Dios
que te ha hecho tan grande,
tan poderosa y tan piadosa.
Así lo espero, así sea.