Sección III VIRTUDES PRACTICADAS POR MARÍA

 


Dice san Agustín que para obtener con seguridad y en abundancia los favores de los santos es necesario imitarlos para que viendo que practicamos las virtudes que ellos ejercitaron se sientan más movidos a interceder por nosotros.

La reina de los santos y nuestra primera abogada María, en cuanto arranca a un alma de las garras de Lucifer y la une a Dios, quiere que se ponga a imitarla; de lo contrario no podrá enriquecerla de gracia como quisiera viéndola tan en contra de sus costumbres. Por eso María llama bienaventurados a los que imitan su vida con esmero: “Ahora, hijos, oídme: dichosos los que guardan mis caminos” (Pr 8, 32). El que ama, o es semejante o trata de parecerse a la persona amada, conforme al célebre dicho: el amor, o los encuentra o los hace iguales.

Por eso exhorta san Jerónimo a que si amamos a María tratemos de imitarla porque éste es el mayor obsequio que podemos ofrecerle. Dice Ricardo de San Lorenzo que pueden llamarse y son verdaderos hijos de María los que tratan de vivir como ella vivió: Son hijos de María sus imitadores. Procure, pues, el hijo, concluye san Bernardo, imitar a la Madre si desea sus favores, porque al verse honrada como madre lo tratará como verdadero hijo.

Al hablar de las virtudes de esta Madre, aunque pudiera parecer que son pocas las cosas que de ella en particular, nos refieren los santos Evangelios, sin embargo, con decir que es la llena de gracia es claro que ella poseyó todas las virtudes, y todas en grado heroico. De tal manera, dice santo Tomás, que en aquella virtud en que ha sido extraordinario cualquier santo en particular, la bienaventurada Virgen ha sido excelente, y en todas se nos presenta como ejemplar. De modo parecido dice san Ambrosio: Fue María de tal condición que su sola vida es modelo para la de todos. Por lo que después escribió: “Sea para vosotros la virginidad de María y su vida, como si se representara en un espejo en el que brilla todo modelo de toda virtud. Tomad de aquí ejemplos de vida..., lo que debáis corregir, aquello de lo que debáis huir, lo que tenéis que hacer.

Y porque, como nos enseñan los santos Padres, la humildad es el fundamento de todas las virtudes, por eso veremos en primer lugar lo grande que fue la humildad de la Madre de Dios.



1. HUMILDAD DE MARÍA



1. María cultiva la humildad
La humildad, dice san Bernardo, es el fundamento y guardián de todas las virtudes. Y con razón, porque sin humildad no es posible ninguna virtud en el alma.

Todas las virtudes se esfuman si desaparece la humildad. Por el contrario, decía san Francisco de Sales, como refiere santa Juana de Chantal, Dios es tan amigo de la humildad que acude enseguida allí donde la ve. En el mundo era desconocida tan hermosa y necesaria virtud, pero vino el mismo Hijo de Dios a la tierra para enseñarla con su ejemplo y quiso que especialmente le imitáramos en esa virtud: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). María, siendo la primera y más perfecta discípula de Jesucristo en todas las virtudes, también lo fue en esta virtud de la humildad, gracias a la cual mereció ser exaltada sobre todas las criaturas. Se le reveló a santa Matilde que la primera virtud en que se ejercitó de modo particular la bienaventurada Madre de Dios, desde el principio, fue la humildad.

El primer acto de humildad de un corazón es tener bajo concepto de sí.
María se veía tan pequeña, como se lo manifestó a la misma santa Matilde, que si bien conocía que estaba enriquecida de gracias más que los demás, no se ensalzaba sobre ninguno. No es que la Virgen se considerase pecadora, porque la humildad es andar con verdad, como dice santa Teresa, y María sabía que jamás había ofendido a Dios. Tampoco dejaba de reconocer que había recibido de Dios mayores gracias que todas las demás criaturas porque un corazón humilde reconoce, agradecido, los favores especiales del Señor para humillarse más; pero la Madre de Dios, con la infinita grandeza y bondad de su Dios, percibía mejor su pequeñez. Por eso se humillaba más que todos y podía decir con la sagrada Esposa: “No os fijéis en que estoy morena, es que el sol me ha quemado” (Ct 1, 6).
Comenta san Bernardo: Al acercarme a él, me encuentro morena. Sí, porque comenta san Bernardo: La Virgen tenía siempre ante sus ojos la divina majestad y su nada.

Como la mendiga que al encontrarse vestida lujosamente con el vestido que le dio la señora no se ensoberbece, sino que más se humilla ante su bienhechora al recordar más aún su pobreza, así María, cuanto más se veía enriquecida más se humillaba recordando que todo era don de Dios. Dice san Bernardino que no hubo criatura en el mundo más exaltada que María porque no hubo criatura que más se humillase que María. Como ninguna cristiana, después del Hijo de Dios, fue elevada tanto en gracias y santidad, así ninguna descendió tanto al abismo de su humildad.




2. María acepta sin alardes los dones de Dios
El humilde desvía las alabanzas que se le hacen y las refiere todas a Dios.

María se turba al oír las alabanzas de san Gabriel. Y cuando Isabel le dice: “Bendita tú entre las mujeres... ¿Y de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme? Feliz la que ha creído que se cumplirían todas las cosas que le fueron dichas de parte de Dios” (Lc 1, 42-45). María, atribuyéndolo todo a Dios, le responde con el humilde cántico: “Mi alma engrandece al Señor”.

Como si dijera: Isabel, tú me alabas porque he creído, y yo alabo a mi Dios porque ha querido exaltarme del fondo de mi nada, “porque miró la humildad de su esclava”. Dijo a santa Brígida: ¿Por qué me humillé tanto y merecí tanta gracia sino porque supe que no era nada y nada tenía como propio? Por eso no quise mi alabanza sino la de mi bienhechor y mi creador. Hablando de la humildad de María dice san Agustín: De veras bienaventurada humildad que dio a luz a Dios hecho hombre, nos abrió el paraíso y libró a las almas de los infiernos.

Es propio de los humildes el servicio. María se fue a servir a Isabel durante tres meses; a lo que comenta san Bernardo: Se admiró Isabel de que llegara María a visitarla, pero mucho más se admiraría al ver que no llegó para ser servida, sino para servirla.




3. María se sitúa en segundo término
Los humildes viven retirados y se esconden en el sitio peor; por eso María, reflexiona san Bernardo, cuando el Hijo estaba predicando en aquella casa, como refiere san Mateo en el capítulo 12, y ella quería hablarle, no quiso entrar sin más.

Se quedó fuera, comenta san Bernardo, y no interrumpió el sermón con su autoridad de madre ni entró en la casa donde hablaba el Hijo. Por eso también, estando ella con los discípulos en el Cenáculo se puso en el último lugar, que después de los demás la nombra san Lucas cuando escribe: “Perseveraban todos unánimes en la oración, con las mujeres y la Madre de Jesús” (Hch 1, 14).

No es que san Lucas desconociera los méritos de la Madre de Dios conforme a los cuales debiera haberla nombrado en primer lugar, sino porque ella se había puesto después de los apóstoles y las demás mujeres, y así los nombra san Lucas conforme estaban colocados en aquel lugar. Por lo que escribe san Bernardo: Con razón la última llega a ocupar el primer lugar, porque siendo María la primera de todas, se había colocado la última.

Los humildes, en fin, no se ofenden al ser menospreciados. Por eso no se lee que María estuviera al lado de su Hijo en Jerusalén cuando entró con tantos honores y entre palmas y vítores; pero, por el contrario, cuando su Hijo moría, estuvo presente en el Calvario a la vista de todos, sin importarle la deshonra, ante la plebe, de darse a conocer como la madre del condenado que moría como criminal con muerte infamante. Le dijo a santa Brígida: ¿Qué cosa más humillante que ser llamada loca, hallarse falta de todo y verse tratada como lo más despreciable? Ésta fue mi humildad, éste mi gozo, éste todo mi deseo, porque no pensaba más que en agradar al Hijo mío.

Le fue dado a entender a sor Paula de Foligno lo grande que fue la humildad de la Santísima Virgen; y queriendo explicarlo al confesor, no sabía decir más que esto, llena de estupor: ¡La humildad de nuestra Señora! Oh Padre, ¡la humildad de nuestra Señora! No hay en el mundo ni un grado de humildad si se compara con la humildad de María. El Señor hizo ver a santa Brígida dos señoras.

La una era todo fausto y vanidad: Ésta, le dijo, es la soberbia; y ésta otra que ves con la cabeza inclinada, obsequiosa con todos y sólo pensando en Dios y estimándose en nada, ésta es la humildad, y se llama María. Con esto quiso Dios manifestar que su santa Madre es tan humilde que es la misma humildad.4. María personifica la humildad

No hay duda, como dice san Gregorio Niceno, de que para nuestra naturaleza caída no hay virtud que tal vez le resulte más difícil de practicar que la de la humildad. Pero la única manera de ser verdaderos hijos de María es siendo humildes. Dice san Bernardo: Si no puedes imitar la virginidad de la humilde, imita la humildad de la Virgen. Ella siente aversión a los soberbios y llama hacia sí a loshumildes. “El que sea pequeño que venga a mí” (Pr 9, 4). Dice Ricardo de San Lorenzo: María nos protege bajo el manto de su humildad. Y le explicó que la consideración de su humildad es como un manto que da calor; y como el manto no da calor si no se lleva puesto, así se ha de llevar este manto, no sólo con el pensamiento, sino con las obras. De manera que mi humildad no aprovecha sino al que trata de imitarla. Por eso, hija mía, vístete con esta humildad.
Cuán queridas son para María las almas humildes.

 Escribe san Bernardo:
La Virgen conoce y ama a los que la aman, y está cerca de los que la invocan; sobre todo a los que ve semejantes a ella en la castidad y en la humildad. Por lo cual el santo exhorta a los que aman a María a que sean humildes: Esforzaos por practicar esta virtud si amáis a María. 
El P. Martín Alberto, jesuita, por amor a la Virgen solía barrer la casa y recoger la basura. Y como refiere el P. Nieremberg, se le apareció la Virgen y, agradeciéndole, le dijo: Cómo me agrada esta obra realizada por amor mío.

Reina mía, no podré ser tu verdadero hijo si no soy humilde. 
¿No ves que mis pecados, al hacerme ingrato a mi Señor me han hecho a la vez soberbio?

Remédialo tú, Madre mía. 
Por los méritos de tu humildad alcánzame la gracia de ser humilde para que así pueda ser hijo tuyo verdadero.